El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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LO menos relevante de los acontecimientos de las últimas semanas en Francia y Alemania es que se trate o no de actos terroristas cuya inspiración se deba al Califato Islámico o a cualquier otro grupo organizado. Lo relevante es que para perpetrarlos no se ha necesitado del envío de comandos ni el mantenimiento de una gran infraestructura detectable por la policía, antes bien los atentados más sangrientos y exitosos han estado a cargo de nacidos ya en Europa, como el germano-iraní Alí David Sonboly, o establecidos en ella desde hace tiempo, como el franco-tunecino Mohamed Lahouaiej. Ambos no han hecho más que repercutir sobre esta sociedad los conflictos y desgarros propios de aquellas de las que procedían ellos y sus familias, y a las que mental y culturalmente seguían perteneciendo.
En efecto, Sonboly quería matar a sus compañeros de colegio, musulmanes como él pero suníes de etnias tradicionalmente enfrentadas con los iraníes chiíes. Esos jóvenes, al parecer, le habían sometido a discriminación y maltrato por su origen. En cuanto a Lahouaiej, se va sabiendo que su proceso de radicalización tuvo bastante que ver con un fuerte sentimiento de culpa, y la necesidad de expiarla mediante el "martirio" yihadista, por su vida contraria a los principios islámicos. Una evolución inexplicable sin sus vínculos familiares con el integrismo tunecino, y si no hubiera vivido inmerso en la burbuja islamista que son hoy muchos barrios de Niza, de los que han salido más de cien combatientes hacia Siria. Se trata, por tanto, de personas que atacan en Europa pero no para luchar contra situaciones de pretendida injusticia generadas por esta sociedad, sino para dar una salida a problemas personales que derivan de su pertenencia a las islámicas de origen. El vigor de esos vínculos y sentimientos en estos y tantos otros musulmanes europeos sólo se explica por el modelo multicultural aplicado conscientemente por los políticos como solución fácil a los graves problemas derivados de la inmigración masiva de gentes de integración compleja.
No hay que ser un águila para avizorar que los feroces choques étnicos y sectarios a que han dado lugar todas las sociedades multiculturales se producirán con creciente intensidad en Europa, con Estado Islámico o sin él. Pero este gravísimo problema nos lo hemos creado a pulso y nosotros solos.
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