Enrique / García / Máiquez /

Vestidura blanca

Su propio afán

28 de julio 2016 - 01:00

TRAS la muerte del padre Jacques Hamel, de 84 años, degollado al pie del altar, ha habido mucha confusión y ambigüedad en los comunicados oficiales y en las portadas de la prensa. "¡Intelijencia, dame/ el nombre exacto de las cosas!", suplicó Juan Ramón Jiménez. Deseo al que tendríamos que sumarnos todos y sumar otro: "¡Coraje, que dé/ el nombre exacto de las cosas!" Se le ha llamado "fallecido", "muerto durante el ataque" o "una de las tres víctimas" (siendo las otras dos sus asesinos).

En este caso hay que reconocer una dificultad añadida. El asesinato brutal del padre Hamel ha sido un sacrificio, un martirio de todas todas, y tiene una dimensión sagrada que o no se ve porque no se cree (y eso hay que comprenderlo) o hay muchas tentaciones de disimular por miedo. El coraje necesario exige proclamarlo: Jacques Hamel es un mártir.

Ha sido degollado como un cordero llevado al matadero en el altar. Manifestó su deseo de ser sacerdote hasta el último aliento de su vida y el último aliento ha sido un sacrificio en que él fue la víctima inmolada. Suena muy fuerte, pero más fuerte es. Repugna que unos asesinos fanáticos resulten cooperadores de algo tan santo como un martirio, pero también lo fueron los sayones de la Pasión de Cristo.

Es necesario verlo claro para entender el reto que el islamismo nos echa encima. No encima de la mesa: del altar. La realidad es que estamos ante un choque de civilizaciones de una violencia extrema, frontal, y no queremos verlo. Tenemos miedo (con razón); pero no nos quedará otro remedio. Las características del asesinato del padre Jacques Hamel deberían abrirnos los ojos de una vez.

Es natural, por otra parte, que los no creyentes de buena voluntad expresen su deseo de que el viejo sacerdote descanse en paz. Los creyentes, que sabemos que ha lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero y que ahora mismo canta, con una túnica resplandeciente, el "Santo, santo, santo", no podemos pensar en su descanso, sino en su actividad incansable. Él, que sería sacerdote hasta su último aliento, es inmortal: seguirá alentando sacerdote por los siglos de los siglos. El padre Jacques Hamel es -tan contradictorio como la misma cruz- un signo de esperanza, porque es un renovado testimonio del amor más fuerte que la muerte. Nuevo patrón de una Europa frente al peligro, tenemos que pedirle no que descanse en paz, sino que ruegue eternamente por nosotros.

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