El balcón
Ignacio Martínez
Mazón se enroca
Desafíos universitarios/24
AUNQUE proclamar el sentido humano de la economía es, sencillamente, repetir con un tono sentencioso una obviedad ya conocida por todos nosotros, no podemos perder de vista que, tanto en la organización de los estudios universitarios como en la práctica financiera de las grandes empresas, se suele olvidar esta dimensión que debería servir para frenar el "natural" crecimiento de las desigualdades inhumanas y el permanente aumento de la pobreza. Es cierto que algunos economistas autodenominados "humanistas" como, por ejemplo, Marcel Claude, Germán Bernácer o el español José Luis Sampedro han explicado con claridad y han aplicado con coherencia su firme convicción del carácter humano de esta ciencia pluridisciplinar, pero también es verdad que son abundantes los economistas y los financieros que entienden más de números que de letras, y no faltan quienes aplican, de manera exclusiva, las leyes inflexibles del mercado para hacer crecer los dividendos. En mi opinión, este desequilibrio puede deberse, en primer lugar, a la incontrolada avaricia (in-) humana de los agentes económicos pero también me atrevo a señalar como explicación complementaria de este desajuste la descompensación que en los planes de estudio se da entre las ciencias matemáticas y las ciencias humanas.
Ya sé que algunos análisis sobre el carácter inhumano del funcionamiento mecánico de la economía sin tener en cuenta las condiciones personales y sociales, a algunos les parecerán exagerados y les sonarán a "simple falacia demagógica", pero si contemplamos las actitudes y las conductas de los que hacen negocios y, en especial, de esa élite acomodada que, instalada en una confortable cápsula, fija el rumbo socioeconómico, llegamos a la conclusión de que, en demasiados casos, carecen de empatía hacia las personas más desfavorecidas. Esa ruptura emocional y material explica la esquizofrenia que proyectan constantemente, no sólo el funcionamiento inhumano de los mercados, sino también la política institucionalizada en nuestros países del primer mundo.
¿No creéis vosotros -estimados amigos- que los estudios económicos deberían incluir en su plan académico, además de Sociología, de Filosofía, de Historia y de Psicología, la asignatura de Ética? Si es cierto que los profesionales de la Economía deben tener muy claros los objetivos humanos de una disciplina que sirve en la medida en la que ayuda a crecer humanamente a los individuos y a desarrollarse de manera justa y equilibrada la sociedad, juzgo que no sería demasiado exagerado exigirles que conozcan los factores extraeconómicos -políticos, sociológicos y, sobre todo, éticos- que intervienen en los procesos económicos.
Si aceptamos con todas sus consecuencias que la economía es una ciencia humana, tendríamos que admitir que ese humanismo debería inspirar el pensamiento y la conducta de los economistas con el fin de que, al menos, no se agrave el injusto desequilibrio entre las personas y ese abismo que separa a los pueblos avanzados que nadan en la abundancia y en el despilfarro, y los que se ahogan en la miseria. Es posible, al menos, que una concepción humanista de la economía abra nuevas vías para, por ejemplo, aportar soluciones a la cuestión del límite de nuestro progreso teniendo en cuenta los factores que, aunque parecen supra-económicos, extra-económicos e incluso anti-económicos, se deben incluir en el pensamiento de los economistas para propiciar un verdadero progreso humano, ético y social.
Tengo la impresión de que, a veces, nos olvidamos de que objeto de la economía -según ya indicó Aristóteles- es estudiar la correcta distribución de los recursos escasos para satisfacer las necesidades de los seres humanos. Sus contenidos, por lo tanto, son las actividades humanas individuales y colectivas que tanto tienen que ver con el bienestar, con la felicidad, con la justicia e, incluso, con la equidad, esos objetivos que constituyen las metas de la virtud y de la Ética.
Reconozco, sin embargo, que progresivamente los profesores de Ciencias Económicas van descubriendo que la capacidad de imaginación constituye un pilar de la cultura empresarial. Advierten que para la innovación hace falta desarrollar una mente flexible, abierta y creativa, unas capacidades que se pueden cultivar mediante la práctica de la lectura y de la escritura literaria, e, incluso, a través de la contemplación de las obras artísticas. Cuando se carece de estas destrezas, la cultura empresarial comienza a perder el ímpetu de lo inmediato. Esta es, quizás, la razón por la que, en la actualidad, algunas empresas contratan a profesionales que poseen una formación en disciplinas humanísticas además de una preparación profesional más estricta. Es posible que ya estén valorando la necesidad de poseer la flexibilidad y creatividad necesarias para prosperar en un ámbito empresarial más dinámico y que, incluso, reconozcan que el crecimiento económico exige la protección de la educación artística y humanística.
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