Brindis al sol
Alberto González Troyano
Imágenes y letras
EL SEXTANTE DEL COMANDANTE
CON la sanación del último caso en Somalia en 1977, la viruela quedó oficialmente erradicada en el mundo, siendo hoy, junto a la peste bovina, las dos enfermedades principales dominadas por el hombre.
Hubo, sin embargo, un tiempo no muy lejano en que la viruela era uno de los grandes azotes de la humanidad, pues se llevaba una media de 400.000 vidas al año, con el terrible añadido de que se cebaba especialmente en los niños. Por eso, cuando en 1796, coincidiendo con uno de los periodos de mayor expansión de la enfermedad, el científico británico Edward Jenner anunció que había encontrado la forma de impedir el contagio, el mundo aplaudió alborozado su descubrimiento.
El método Jenner se basaba en la observación y la constatación de que las mujeres que ordeñaban vacas se infectaban de la llamada 'viruela vacuna', una enfermedad menor derivada de la principal, que no teniendo ni de lejos la gravedad de esta, contaba, por el contrario, con la virtud de inmunizarlas contra la enfermedad asesina.
Con el nombre generalizado de vacuna, el método llegó a España en el año 1800, comenzando de inmediato una campaña de vacunación que se extendió por todo el país, y justo cuando la enfermedad comenzaba a ser vencida en nuestra geografía, se desencadenó una epidemia de enormes dimensiones en el Virreinato de Nueva Granada, repúblicas hoy de Colombia, Panamá, Ecuador y Venezuela. Aconsejado por Francisco Javier Balmis y Berenguer, médico militar y cirujano honorario de la corte, Carlos IV, que había sufrido la enfermedad en la persona de su hija María Luisa, decidió organizar una expedición para extender la vacuna al imperio de ultramar.
El problema principal al que se enfrentaba Balmis, como director de la expedición, era que la vacuna sólo se conservaba 12 días in vitro, por lo que había que idear la forma de conseguir que resistiese en perfecto estado durante el trayecto a América primero y a Filipinas a continuación. La solución consistió en inocularla de brazo a brazo, de forma que el virus de la forma leve de la enfermedad se conservara activo, inmunizando a cuantos intervinieran en la cadena de trasmisión. Para ello era necesario un grupo de niños de 4 a 14 años a los que se fuera inoculando la enfermedad durante el viaje, niños que en número de 22 fueron reclutados en un orfanato de Santiago de Compostela.
Además del cariz humanitario de la expedición, Balmis consideraba que los españoles tenían una deuda con los indígenas de las colonias, cuyos organismos, sin defensas para las enfermedades traídas por los europeos, habían quedado diezmados, entre otras, por la viruela, que causó en aquellos países un colapso demográfico que en pocos años hizo descender la población de los 14 millones de individuos a apenas dos millones. Entre otros, la viruela arrebató la vida al príncipe azteca Cuithaulac y al monarca inca Huayna Capac, de la misma forma que en España, durante una grave epidemia, se había llevado la vida de Luis I, el más efímero de nuestros borbones.
La expedición zarpó de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, el mismo día en que nuestra bandera era arriada de la Luisiana para ser reemplazada por la francesa. El buque seleccionado fue la MaríaPita, una corbeta de 200 toneladas que embarcó 2.000 pares de recipientes para mantener el fluido y 500 ejemplares del manual para la vacunación. A su llegada a las Islas Canarias, la Expedición Filantrópica, nombre con el que ha quedado perpetuada, vacunó a cientos de personas utilizando como fuente a dos de los huérfanos recogidos en Santiago.
De Canarias la MaríaPita navegó a Venezuela, donde los expedicionarios fueron recibidos como héroes y vacunaron a miles de personas. En Venezuela la Filantrópica se dividió en dos, marchando el propio Balmis a Cuba y México y su colega José Salvany a Colombia, Perú, Chile, Bolivia y Panamá, donde siguió salvando vidas a pesar de la oposición de un consejo de médicos locales en Perú que se estaban lucrando con la distribución de la vacuna, y la desconfianza de los indios, que no entendían como una pequeña parte de la enfermedad habría de servirles para librarse de ella. A pesar de todo, y antes de morir exhausto por el esfuerzo, Salvany consiguió vacunar a 56.000 personas.
Por su parte, cumplida su misión, Balmis se embarcó en Acapulco para Filipinas con un grupo de niños mexicanos portadores de la vacuna, arribando a Manila después de 67 días de penosa navegación. El 14 de agosto de 1806, tras circunnavegar el mundo con la vacuna salvadora, Balmis llegó a Lisboa, trasladándose de inmediato a Madrid para dar cuenta en la corte del desarrollo y éxito de su misión.
Erradicada la viruela, se conservan dos cepas criogenizadas de la enfermedad en sendos laboratorios de los EE.UU. y Rusia, después de que el gobierno británico destruyera una muestra que custodiaba y confiara la defensa sanitaria de los ingleses a los Estados Unidos. Actualmente hay un fuerte debate sobre la conveniencia o no de conservar las cepas, y hay opiniones para todos los gustos, pues mientras los más agoreros apuntan a que estos países podrían iniciar en el futuro un amago de guerra biológica como hicieron con sus misiles balísticos durante la Guerra Fría, otros sostienen que la desaparición de las cepas no supondría la erradicación definitiva de la enfermedad, pues el cambio climático está certificando la existencia de cepas de la viruela congeladas en momias siberianas de fallecidos por la enfermedad.
Debates al margen, no quiero dejar de resaltar la perseverancia y dedicación del equipo del doctor Balmis y su contribución a la desaparición de la enfermedad. Y tampoco quiero olvidarme de los niños que lo hicieron posible exponiendo sus pequeños cuerpos: Vicente Ferrer (7 años), Pascual Aniceto (3 años), Martín (3 años), Juan Francisco (9 años), Tomás Melitón (3 años), Juan Antonio (5 años), José Jorge Nicolás de los Dolores (3 años), Antonio Heredia (7 años), Francisco Antonio (9 años), Clemente (6 años), Manuel María (3 años), José Manuel María (6 años), Domingo Naya (6 años), Andrés Naya (8 años), José (3 años), Vicente María Sale y Bellido (3 años), Cándido (7 años), Francisco Florencio (5 años), Gerónimo María (7 años), Jacinto (6 años) y Benito Vélez (5 años).
Gracias chicos.
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