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Tensión en los astilleros
Su propio afán
COMO Enric González, soy incapaz de contemplar ni una partida de chapas sin tomar partido de inmediato. Luego casi nunca cambio de equipo y sólo por razones de mucho peso. Me recuerdo dos cambios. Uno: me había hecho de Asterix, pero Tintín se me apareció en casa de un amigo. Recuerdo la habitación y la luz exactas de ese día lejanísimo y decisivo. Me conquistó su apuesta por la línea clara, la audacia caballeresca, el periodismo entrometido y, sobre todo, la ausencia del ventajismo de la poción mágica. Hoy vengo a hablar del segundo cambio. Me pasé de Serrat, gracias al cual había descubierto a Machado, y eso es una deuda impagable, a Luis Eduardo Aute. Las razones fueron paralelas a mi pasión por Tintín: Aute era cosmopolita, elegante, divertido sin romper en chistoso y sus canciones eran de línea clara.
Ahora que Luis Eduardo Aute está muy enfermo, como tantos otros símbolos de la Transición, repaso lo mucho que le debo como un estribillo intimista. Los cantautores fueron una influencia capital en mi formación literaria y sentimental, he de reconocerlo. Aunque el reconocimiento no es nuevo, porque ya en 1997, confesaba en el poema más confesional de mi libro más confesional: "Si antes que un tal poeta mi deseo mayor/ había sido ser un joven cantautor,/ me resigné a la música callada, y exigente/ procuro hacer sonora mi soledad a la gente".
Soledad que el silencio de Aute hará más grande. "Queda la música", dijo él, pero, en su caso, el centro de su música es su personalidad, de modo que sus canciones dependen y emanan de su vida. Su misma voz, que no tiene una potencia extraordinaria y que al principio le hizo dudar sobre si debía limitarse a la composición, lo destaca: importa el alguien que nos canta, su autenticidad baudelairiana, si me permiten la paranomasia y la paradoja.
Cantó al sexo con una inmensa finura, con unas gotas de picardía, naturalmente, pero sin renunciar a los temblores del enamoramiento ni a la trascendencia dantesca, esto es, a la máxima. Citó más de una vez los versos finales de la Divina Comedia, porque el amor mueve el sol y las demás estrellas. Su afán a lo más alto lo demuestra también su pasión por todas las artes: por la pintura, por el cine y por la poesía y su música callada. No paró. A Aute le ha fallado el corazón, esperemos que no definitivamente, pero no nos extraña, porque ha ido siempre con el corazón en la mano, en alto.
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