La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
OTRO de los atractivos de la globalización es que disfrutamos de más elecciones de aquellas en las que votamos. Aunque la producción nacional se ha incrementado mucho, entre repeticiones y réplicas municipales y autonómicas, también nos interesan otras. Ya en USA, ya en Hungría, uno anda de fiesta en fiesta de la democracia gracias a una variedad de campañas y de votaciones, como esos frikis del fútbol a los que no basta la liga, y siguen la Premier y la Bundesliga.
El referéndum colombiano tenía un interés triple. Por el país, del que casi todo nos encanta, de sus escritores al café. Por lo que se discutía, por supuesto. Y porque habían llevado allí a todos los mandatarios del mundo a celebrar preventivamente algo que estaba pendiente de refrendo. Desde el primer momento vi las orejas al lobo del ridículo, agucé la mirada y me senté a esperar. Qué raro que los osos estén en riesgo de extinción cuando la mayoría de sus pieles se venden muchísimo antes de cazar al esquivo plantígrado.
Ridículos aparte, lo importante es lo que se discutía. Uno de los males del mundo -tengo bastante repetido- es la tolerancia con la violencia. Los gobiernos democráticos sufren de una querencia inquietante por negociar con los grupos terroristas. Están locos por rendirse. Ven que la paz es muy rentable electoralmente y piensan que el atajo de las negociaciones es más rápido que la vereda de la ley. Es una ley universal de la política moderna.
Entiendo que es más difícil aplicarle la ley a un grupo armado que a un señor de clase media que aparca en amarillo, pero es más importante, porque el señor que aparca puede empezar de un momento a otro a perder la fe en el sistema. Tampoco parece muy sensato otorgar a los terroristas estatus de interlocutor válido, de igual a igual, con un Estado soberano. Luego están las víctimas, que confiaron su resarcimiento a un sistema jurídico que está en otras cosas. Y, finalmente, también se daña a los propios terroristas, a los que se puede inculcar el convencimiento, fundado en los hechos, de que los crímenes les trajeron cuenta. Eso resulta moralmente devastador, porque impide o dificulta el arrepentimiento auténtico. Por esta mezcla de razones el no a cualquier pacto con el terrorismo es un sí a la paz y a la justicia.
Celebro, pues, el resultado del referéndum colombiano. Voy a tomarme otro café y a abrir al azar cualquier libro de Gómez Dávila.
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