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Su propio afán
ME equivoqué cuando predije que la gestora del PSOE pediría la cabeza de Rajoy. Que no tengo porvenir como profeta es lo poco que, a estas alturas, me atrevo a profetizar. Yo no tenía interés personal ni ideológico, ojo, sino estratégico; y sigo creyendo que la gestora tenía razones de sobra para pedirla. Tantas que hay que enumerarlas telegráficamente.
Los socialistas hubiesen, primero, disimulado su debilidad. Suplicando cualquier gestecillo del PP, sin saber cuál, para poder abstenerse y evitar las elecciones, evidencian su pavor. Hubiesen contentado, dos, a su militancia y cosido (verbo de moda) con el sanchismo. Tres: hubieran dado pie a algunas críticas al presidente. En tertulias y periódicos se hubiesen puesto ipso facto a sopesar pros y contras de un paso atrás presidencial. Cuatro: hubiesen revestido de otra categoría, por paralelismo reflejo, a la decapitación cainita de Sánchez. Cinco: hubieran subrayado el gran apego al cargo de Rajoy. Seis: hubiesen inyectado inquietud en el interior del PP. Siete: hubiesen conectado con esa corriente subterránea transversal en la sociedad de escaso entusiasmo por el presidente. Ocho: hubiesen zarandeado la confortable inmovilidad de Mariano. Nueve: si el PP prefiriese ahora no hacer ni el gesto diminuto y forzar unas elecciones que piensan muy fáciles, para los socialistas no sería lo mismo acudir a ellas porque los populares no han aceptado ni sus súplicas, que porque ofrecieron un acuerdo institucional que el apego al poder de Rajoy frustró. Se les aplicaría entonces, con leves retoques, la frase de Churchill: "Pudieron elegir entre pedir la cabeza de Rajoy y la deshonra, eligieron la deshonra, y también tendrán elecciones".
Pero la décima razón nos interesa ahora más que ninguna. Los socialistas se hubiesen creado un margen para regatear otras concesiones, cediendo en ésa. Ahora, como no piden nada, el PP podrá darles nada, y gracias. Eso implica que la bronca, la ingobernabilidad y el bloqueo vendrán inexorablemente después de la investidura. Una negociación a cara de perro habría propiciado un acuerdo más sustancial y una legislatura más estable.
Obsérvese que ninguna de estas razones implicaba obtener la cabeza de Rajoy, sino sólo pedirla, fracasando en el intento, por supuesto. El fracaso está infravalorado. Es una herramienta indispensable para la política y para la vida, una clave -paradójica- del éxito.
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