La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
LA fiesta nacional española tiene una peculiaridad intrínsecamente hispánica: es menos y más que una fiesta nacional. Menos, porque no todos los españoles se aprestan a celebrarla o, mejor dicho, hay españoles que celebran que no la celebran y se hacen presentes ausentándose, en una voluta barroca bastante ibérica. Son, por un lado, los nacionalistas, como no podía ser de otro modo, y, por otro (que más o menos es el mismo lado y cada vez más socios), los de Podemos, que, pese a los esfuerzos de Errejón, no terminan de normalizar su relación con la política institucional y las instituciones políticas, empezando por la primera, que es la nación.
Pero, sobre todo, la fiesta nacional es más: por arriba, puesto que tiene un pilar religioso central que la sostiene: el Pilar. Es lo que ocurre con las naciones viejas, que tienen muy hondas las bases de su historia. Por más que sea una fiesta aconfesional, y debe serlo, ahí está la columna, y está bien que así sea, y es irremediable, porque el pasado escrito está.
También a lo ancho es más. El 12 de octubre se celebra en medio mundo el día de Colón, el descubrimiento de América, nuestra gesta más global. De modo que ni numérica ni cualitativamente podemos hablar de "fiesta nacional" en el sentido de propia e intransferible, constreñida en nuestras fronteras, como puede ser el 4 de julio de los norteamericanos o el 14 de julio de los franceses. Hoy se celebra cada año más en Estados Unidos, casi en paralelo al San Patricio irlandés. Lo que permite augurar, teniendo en cuenta la potencia de marketing de los americanos, una larga vida a la fiesta.
Ese menos y estos más son muy oportunos. El mundo actual conoce y requiere fronteras claras, pero líquidas; identidades fundamentales y flexibles; patriotismos jerarquizados y hospitalarios y tradiciones firmes e innovadoras que permitan arraigarnos en una sociedad vaporosa. Nuestra fiesta nacional, por abajo, nos redime de la soberbia de la solidez y, por arriba, de la angostura de la exclusividad o el embeleso con el ombligo propio.
No pretendo engañar a nadie: yo celebraría cualquier día que fuese fiesta nacional de España, pero este día me gusta particularmente, incluso por aquellos que no lo celebran, y que son parte de nuestra agitada idiosincrasia nacional; y por aquellos que, por razones paralelas, también lo celebran sin ser, en un sentido moderno del término, españoles.
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