El catalejo
Tensión en los astilleros
Su propio afán
ES una lástima que yo no haya escuchado mucho más y, sobre todo, mejor a Bob Dylan. Hay quien supone que, puesto que he traducido algunos libros y algunos poemas del inglés, hablo como un oxoniense. Es justo lo contrario, ay. Si traduje fue para poder emocionarme con propiedad con algo que presentía que era muy bueno, pero que, hasta no traérmelo a mi lengua materna, no me podía dar todo lo que llevaba dentro. Y nunca traduje a Dylan.
Me gustaría defender su Nobel con más conocimiento de causa y de canción. Con todo, creo que lo podré hacer de forma aproximativa, remitiéndome a los cantautores que sí he escuchado con fervor y emoción, que son los nuestros. No será un procedimiento extraviado desde el momento en que el jurado del Nobel ha querido premiar, precisamente, a los escritores de canciones. No voy a tener que recurrir ni siquiera al argumento de que tampoco es que el Nobel sea el tribunal supremo del mérito literario ni que tengamos de golpe que exigirle más rigor que nunca por el simple hecho de que esta vez nos suena (en todos los sentidos) el premiado.
Pero la incomprensión al Nobel a Dylan no se explica sólo porque se le conoce o por una sublimación desorbitada del premio sueco. Está conectada con la poca consideración que se tiene de la lírica, que sigue siendo lírica cuando se cambia la lira por la guitarra. La música de los cantautores es el primo de Zumosol de los poetas y, como tal, un poco basto. Aunque lo grave es la metástasis de metonimia que confunde la literatura con la narrativa. A partir de ahí, el doble salto que nos exige este premio Nobel parece mortal de necesidad y, en verdad, es necesario.
Por un lado, habría que asumir que unos pocos versos verdaderos (Dylan habrá escrito miles de canciones, pero un puñado de versos) se merecen un Nobel y lo que haga falta. La llama eterna de la poesía muchos sólo la conocen, quizá sin saberlo, gracias a tantas canciones que se saben de memoria. Por el otro, no hay que juzgar a esos versos exentos de la música junto a la que nacieron. No se escribieron para ser leídos con lupa, y no por eso dejan de tener su valor esencial como letras, como su nombre indica, o lyrics como se dice en inglés con una propiedad sáfica y arquiloquea.
Por la poesía en general, y por el género de los juglares y los trovadores, tan vapuleado desde la Edad Media, el Nobel no ha dado especialmente el cante, ni mucho menos.
También te puede interesar
El catalejo
Tensión en los astilleros
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Notas al margen
David Fernández
Juanma Moreno se adentra en las tripas del SAS
El microscopio
La prioridad de la vivienda
Lo último
Joaquín Benítez
Luces y sombras en navidad
Visto y Oído
Emperatriz
El atlas celular humano
La tribuna
Una madre de novela