La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
COMO su nombre indica, el más esencial de los valores es el valor. Todas las virtudes exigen, más pronto que tarde, que el portador de un paso al frente para practicarlas. Cualquier virtud acaba en la tesitura de o echar mano del heroísmo o poner pies en polvorosa. La valentía de las víctimas del terrorismo que se han plantado en Alsasua está fuera de toda duda. Son Consuelo Ordóñez, Íñigo Pascual, Fernando Altuna y Conchi Rodríguez.
Cuatro, sólo. Enfrente, una manifestación que repudiaba la presencia de la Guardia Civil. Hay algo sutilmente antidemocrático en el heroísmo, porque siempre cae del lado de los menos. En este caso, lo repugnante es que la manifestación se producía después de la paliza que dieron entre un montón a dos guardias civiles de paisano y a sus novias. Por si quedaba alguna duda de las categorías respectivas, los manifestantes se han puesto de inmediato, como perros de Pavlov, a insultar a las cuatro víctimas de la violencia etarra.
Pero no dejemos que el asco nos amargue el entusiasmo. El valor de los cuatro vale más que todos los odiadores juntos. Es un valor valioso, además, porque en España se ha mirado demasiado hacia otro lado, dejando muy solos a los que quedaban en el lado duro de la geografía. Éstos nos han vuelto la mirada al lugar preciso. Hacia la Guardia Civil, por supuesto, que habrá recibido la visita de los cuatro magníficos como la justificación de fondo de su trabajo duro y diario. No sé si los guardias civiles lo habrán pensado, pero sí que lo habrán sentido: ellos tenían que estar allí en cumplimiento de su deber y ésa es razón de sobra, pero su trabajo se dignificaba ahora objetivamente. No es lo mismo vigilar a unos energúmenos que defender a unos héroes.
Pienso también en los buenos vecinos de Alsasua, que los hay, sin duda, y que habrán visto cómo su resistencia, irremediablemente tácita, se encarnaba en el gesto de las cuatro víctimas. Algunos corazones del pueblo habrán saltado de júbilo al ver que los estrechos que campan a sus anchas, como si todo aquello fuera suyo, se encontraban con una resistencia débil en número, pero inmensa en autoridad moral.
Yo también me identifico con el gesto. Confieso que es una identificación un tanto aprovechada, pero es otro regalo que nos conceden los valientes. Nos ennoblecen y nos cubren con su valor, que, porque nos emociona y lo admiramos, es un poco de todos. Muchas gracias.
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