La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
LO peor de Halloween es que, aunque parezca lo contrario, nos aleja de los muertos a fuerza de caricaturizarlos. Los muertos familiares ceden espacio a los disfraces estrafalarios cuando nada hay más verdadero y más cercano que un muerto nuestro de toda la vida. Cómo acompañan las fotografías y retratos de los seres queridos que ya no están y que tenemos en casa. No hay día que no sea de difuntos para el que tiene el corazón y la memoria vivas.
Pero hoy, día de difuntos strictu sensu, podemos recordar otros retratos y fotografías. Las de difuntos. Cuando nació la fotografía, se popularizó, en pleno romanticismo, el retrato post mortem, que consistía en echarle una placa al finado. Los zombis podrían hacerse un selfie, si existiesen, pero a los muertos de verdad había que echarles una mano. No era algo nuevo: recogía la costumbre del retrato pictórico y, más allá, de la máscara mortuoria. Tuvo su máscara el poeta John Donne, que tanto se rió de la muerte, a la que exigía más modestia. La máscara quedó un tanto tétrica y puede verse como un episodio más del pulso a muerte que Donne libró con la Parca.
Dentro de esa tradición, en una casa de Jerez tienen el retrato de un antepasado gaditano, consignatario de buques, que retrataron al óleo tras su tránsito al otro mundo. Debió de ser también en el tránsito del romanticismo al naturalismo, porque la característica más llamativa del cuadro es su intenso realismo. El caballero está sentado en una silla y con el brazo echado muy flamencamente tras el respaldo, para no caerse. También tienen que apoyarse para no caerse los espectadores: por la impresión.
Por lo visto, la viuda no terminó de reconocer que ése fuese su marido, y trató de no quedarse con el cuadro. El pintor hubo de llevarlo en peregrinación por las fuerzas vivas de la ciudad. Preguntó al alcalde, a un almirante, al boticario quién era el retratado. Cuando decían el nombre, un notario levantaba acta. Al final, la viuda tuvo que aceptar el cuadro, que ha ido pasando de generación en generación. Ahora está en un pasillo de esa casa jerezana. Un pasillo que todo el mundo cruza en un suspiro.
Entre el extremo del recuerdo tétrico y la amnesia del carnaval de Halloween está, como digo, la memoria vivificante, cotidiana y luminosa de nuestros seres queridos; pero, una o dos veces al año, no sobra un recuerdo más fúnebre. "Polvo (u óleo) eres", soy, aunque no sólo.
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