Enrique / García-Máiquez

Ministros y molinos

Su propio afán

05 de noviembre 2016 - 01:00

IBA a Cádiz-Cádiz a escuchar la conferencia sobre el Quijote de Andrés Trapiello. Cruzando el puente, oía la radio para enterarme del nuevo gobierno. No hubo manera, porque Rajoy retrasaba el comunicado, conforme a su estilo. También nombró un gabinete -me enteraría luego- conforme a su estilo. Ningún sobresalto.

En la estupenda conferencia, cuando repasábamos la azacaneada vida de Miguel de Cervantes, era imposible no caer en la tentación de comparar las pompas y las vanidades de los nuevos ministerios, que estarían nombrándose entonces, a la vez que nosotros andábamos por entre el XVI y el XVII. Cervantes intentó conseguir cualquier colocación en la burocracia, aunque fuese en Las Indias, y no tuvo suerte, hasta que al final logró una de recaudador itinerante de impuestos, en la que acabó por tener peor suerte aún. Nada que ver con la gloria de un Montoro, repitiendo, sabríamos después, como mandamás del mismo ramo.

Trapiello, leyéndome los pensamientos, insistió en el valor moral del Quijote, que, a pesar de lo que su autor llevaba pasado, no levantó un falso testimonio contra la vida. Supo ver el valor sagrado de la realidad y la belleza de las personas corrientes y molientes o molidas. En mi cabeza bilocada se alzaban los ministros como molinos de viento, gigantes del mundo y sus asechanzas. Claro que, comparados con Cervantes, qué poca cosa un ministro. Decían los griegos que, hasta el día de su muerte, no se puede saber si un hombre es feliz o no. Se quedaban cortos. De la estatura de Cervantes, subrayaba Trapiello, nos hemos ido dando cuenta lentamente, a través de los siglos. Cuatrocientos años después de su muerte es cuando se empieza vislumbrar si un hombre ha sido feliz o no, importante de verdad o no.

A la vuelta, todas las radios hablaban de los ministros, nuevos o repes. Tuve la suerte de dar con un reportaje que, más que fijarse en las interioridades políticas de los nombramientos, hacía un repaso de las tareas pendientes en cada negociado. Dio un giro la imagen de los molinos. A ver si los quijotes (en la medida de sus posibilidades) iban a ser ellos y los gigantes, el trabajo que les queda por hacer. Esos asuntos pendientes, además, nos afectaban a todos los españoles y uno, que ya había empezado a apiadarse de los flamantes ministros, acabó deseándoles suerte por la cuenta que nos trae. El espíritu cervantino me había conquistado el corazón.

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