La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Siempre el Ejército
Crónica personal
ESTARÁ tan contento, toda España, el mundo entero, hablando de él. Eso lo único que le importa a Garzón, al que encanta que le llamen el juez justiciero, y que llama a la televisión antes de acometer cualquier iniciativa. Nada le gusta más que abrir los telediarios y estar en la primera página de los periódicos.
Estará tan contento, pero se entiende mal que el Consejo General del Poder Judicial, tan diligente a la hora de sancionar a otros profesionales, permita que Garzón haga de su capa un sayo. De momento, ha asumido un caso sobre el que no tiene competencias, pero mientras todo el mundo clama sobre ese desatino, el Consejo se cruza brazos. La semana pasada, sin ir más lejos, otra instrucción suya, mal hecha -y van...- obligó a que un terrorista eludiera la prisión, pero, en lugar de recapacitar sobre cuántas son las instrucciones que ha dejado manga por hombro para satisfacción de terroristas y narcotraficantes, abre nuevos casos que le dan protagonismo. Ahora, a vueltas con el franquismo, a vueltas con la guerra civil y a vueltas con la Transición, negando la amnistía y poniendo en cuestión por tanto que se haya actuado conforme a Derecho cuando los diferentes gobiernos de esa Transición apostaron por enmendar las injusticias del franquismo, reivindicaron el buen nombre de los represaliados por Franco y les devolvieron los derechos civiles, sociales y económicos que les habían hurtado.
Garzón es un juez de cuidado, que se crece cuando se le critica, que se siente el único capacitado para impartir Justicia con mayúsculas. En su disparatada actuación pretende dar fe de que Franco ha muerto, abrir tumbas donde supuestamente yacen los cuerpos de personas que sus familias no quieren que sean desenterradas, e interpreta como genocidio una guerra civil afortunadamente acabada hace setenta años, y cerrada social y políticamente a través de leyes aprobadas democrática y mayoritariamente por las Cortes. Con esa regla de tres, en la que además no reconoce fronteras, Garzón podría enjuiciar lo que ha ocurrido en la historia de España desde que existe España, empezando por la invasión napoleónica o incluso poniendo en cuestión la conquista de América. Por cierto, es aconsejable la lectura concienzuda del auto de Garzón: hace referencia incluso a la legislación de Sierra Leona, lo que no deja de tener su aquel.
Y un punto en el que coinciden analistas y profesionales: el rechazo que produce comprobar que todo un juez de la Audiencia Nacional, llevado exclusivamente por su afán de protagonismo, emprende una iniciativa que no tiene derecho a emprender, cuando hay tanto que hacer en su negociado, el de la administración de Justicia. Cuando hay tantas carencias y escasez de medios y de funcionarios, que Garzón dedique tiempo, dinero y personal a sus garzonadas no se puede admitir.
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