Francisco Bejarano

Religiosidad latente

HABLANDO EN EL DESIERTO

06 de abril 2009 - 01:00

DURANTE el resto del año parece que no, pero en cuanto se acerca la Semana Santa nos damos cuenta de la importancia de las tradiciones populares de origen religioso. También se nota en Navidad, pero quizá con menos intensidad por ser fiestas alargadas artificialmente. Los partidos políticos que buscan con dedicación e insistencia el lado feo y malo de la Iglesia, son discretos en sus declaraciones o participan abiertamente en los actos de culto a las imágenes sacras. He dicho "de origen religioso" como si la religiosidad se hubiera perdido. No quiero decir esto. El sentimiento religioso tiene muchas maneras de expresarse y de sentirse, y hasta en las manifestaciones de las hermandades y cofradías que parecen regirse más por afición que por devoción, hay un sentido de lo sagrado que los antropólogos sabrán explicar. En los ritos paganos había fe popular, cuanto más en la conmemoración de unos misterios con base histórica.

A la política defensora de las sociedades laicistas, que no laicas, no le molesta ni le inquieta la fe sencilla y popular de la gente de la calle, sino la Iglesia como institución bimilenaria, jerarquizada, universal e influyente. Los movimientos socialistas del siglo XIX provienen del cristianismo e imitaron la organización de la Iglesia como la más perfecta que conocían, lo mismo que tomaron los valores cristianos para transformarlos en virtudes cívicas. No tenían referencia mejor que la del cristianismo y, en cierto modo, éste se convirtió en un estorbo para el proselitismo socialista y, más adelante, comunista. De ahí que no haya un cura reprobable, un obispo imprudente o una decisión papal cuestionada por las minorías llamadas 'de progreso', que no aparezcan en la prensa como si la Iglesia fuera un bastión monolítico e intransigente y no contara con grandes hombres de fe ni realizará una labor en todo el mundo a favor de los más pobres.

Mucho se ha escrito y comentado a propósito, en las religiones antiguas y modernas, de la importancia de los ritos. La literatura, la música, la escultura, la pintura y todas las artes y manifestaciones espirituales humanas, han contribuido a formas estéticas de fe. El embajador no creyente que se emocionó hasta las lágrimas en una ceremonia en el Vaticano y siguió sin creer, es también una forma de oración, una forma de fe, una creencia en el gran valor de la sensibilidad humana. Buscamos la belleza y la emoción de contemplarla para compensar nuestra condena al prosaísmo de la vida cotidiana. Hay belleza en los cortejos de la Semana Santa y en los demás rituales y solemnidades de la Iglesia, porque es antigua y sabe que la fe también entra por los sentidos. En los ceremoniales laicos encontraremos, quizá, solemnidad, pero difícilmente belleza en la que nos reconozcamos. La política, prosaica por necesidad, no le teme a la fe, le teme a la belleza, la gran fuente de espiritualidad que se le escapa.

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