Notas al margen
David Fernández
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La firma invitada
CUANDO contestamos el "Deo gratias" por última vez, creíamos dar por enterrada para siempre una etapa en la que las ideas sobre Dios, sobre el hombre y sobre su Iglesia habían traído más inconvenientes que ventajas.
Comoquiera que algún grupo de creyentes no eran capaces de dar el paso a lo propuesto por el Concilio Vaticano II, (el Dios de la Encarnación, que se ha manifestado a los hombres en Jesucristo desvelándonos su rostro y dejando de ser Misterio, la Iglesia como Pueblo Santo que camina hacia El y el hombre como criatura que se vuelve a su Creador para experimentar su amor y su misericordia), después de las dolorosas decisiones que tuvo que llevar adelante el Papa Pablo VI, echando mano incluso a las penas canónicas, sin obtener resultado alguno porque también éstos tienen su sentido de obediencia limitado a quienes les dan la razón; Juan Pablo II, y ahora Benedicto XVI, han querido conceder a quienes siguen queriendo mantenerse en la costumbre del latín esta posibilidad, que desde luego no incluye la vuelta a la mentalidad, que sustentaba entonces aquel modo de celebrarla, pero que, corre el riesgo de una involución muy peligrosa, porque el rito expresa una mentalidad y son las ideas las que llenan de sentido lo que hacemos y lo que decimos.
Aquel modo de celebrar, (lo de la lengua es lo de menos), era también la expresión de una manera de pensar. Exagerándola hay que decir que éstas eran algunas de esas ideas sobre los tres agentes de la celebración: Dios, al que suponíamos un Misterio. Tanto que su Palabra la teníamos escondida y reservada y no se podía acceder a Ella. No cabían en su interpretación ni géneros literarios ni maneras de hablar. Su Hijo era el mero cáliz de una ofrenda de sacrificio y de Sangre Expiatoria que exigía el mismo sacrificio en sangre y miles de hora de reparación porque infinita era la ofensa. Y la mentalidad sobre el hombre era aún más rigurosa. Caídos en el pecado no cabía más que levantarse a golpe de campana, sin tener en cuenta ni ritmos personales, ni niveles de convicción. No había mas que obligación de hacer por Quien tanto había hecho y como consecuencia lo contrario rozaba el pecado mortal, y por cualquiera infracción se merecía el infierno una y mil veces.
Por eso se estaba casi siempre de rodillas, vueltos y escondidos tras el sacerdote, como si el Bautismo, más que darnos la gracia de estar de pie delante de Dios y abrir los brazos para que nos abrazara, fuera una carga añadida a la criatura.
No sigo. Porque supongo que todo aquello lo recordaréis como yo, que sobrepaso ya la cincuentena de años, y os traerá a la memoria una manera difícil de pensar y de vivir.
Por eso y que conste que admirando la misericordia de esta Iglesia a la que me siento tan dichoso de pertenecer, capaz de reconocer y de acoger a quienes ponen en duda el valor de lo admitido por todos en la comunión de un Concilio como el Vaticano II, valorando de nuevo la tolerancia y el sentido de pastor bueno de nuestro Obispo y la generosidad de quienes dan forma a su deseo de velar por todos, veo con tristeza esta iniciativa.
Porque si va a ser por guardar el anecdotario estético de cómo era la celebración que sustentaba una mentalidad ya superada, no tiene sentido. Es hacer rito sin vida.
Pero si es por querer volver a aquella mentalidad que la animaba, es todavía más triste. Porque entonces habrá que exigir a quienes lo piden y a quienes se les acercan un modo de vida que daña a terceros. Y habrá entonces que negar la asistencia a quienes vivan en situaciones irregulares, llamando de nuevo "naturales" a los hijos que así se tengan, "amancebadas" a las personas con las que así convivan, "contranatura" a los que sean diferentes, todo ello por mantenerles viva su alegría por lo estético hecho de esa manera, y habrá que hacer el mismo esfuerzo por sacar de las cajoneras los amitos de lino, los roquetes de tul y encaje, los fiadores en fleco de bellota, los manípulos de brocado valenciano, las hijuelas y las palias pintadas en seda y los conopeos, los manutergios y los paños humerales, así como los corporales y los purificadores almidonados en agua de arroz, pero también las camisas cerradas hasta el ultimo botón, los pies vestidos con calcetín alto, los brazos siempre cubiertos en hombres y en mujeres con manga larga, en ellas las cabezas cubiertas con su velo y en ellos los tirantes y los cinturones en cuero negro y las chaquetas y las corbatas, y desde luego prohibiendo a todos hacer fotografía alguna y menos acudir de espectadores en calzonas o en chanclas. Y si para eso se va a utilizar también a las cofradías de negro, pues será también necesario cambiar muchos Estatutos y muchas normas de admisión de hermanos.
No sé el alcance ni la valoración que de esta iniciativa se haya hecho en otros lugares, pero si con esta iniciativa se pretende hacer de la Liturgia de la Iglesia un rito sin vida propia, personalmente me quedo con la Carta Pastoral de nuestro Obispo animándonos en este curso a la evangelización y a una Parroquia más viva por la participación de todos y abierta para acoger con misericordia a quienes nos lleguen, y si el intento se encamina a recuperar aquella moral impuesta sin convicción a golpe de taconazo, mejor entonces que Dios nos recoja y nos cierre los ojos para no volver a verlo.
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