Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
DE POCO UN TODO
ZAPATERO le dijo a Irene Villa, víctima de la ETA que había perdido las dos piernas, que entendía su dolor… porque a él le habían matado a su abuelo. Aquello me dejó tan estupefacto que no comenté entonces la falta de sensibilidad de comparar la muerte de un abuelo al que no se ha conocido con un atentado terrorista sufrido en las propias carnes. Ni la falta de oportunidad política de equiparar una guerra con la actividad criminal de una pandilla de descerebrados.
He vuelto a recordar aquello cuando a nuestro presidente no se le ha ocurrido otra cosa para celebrar la caída del Muro de Berlín, que supuso la liberación de media Europa y de cientos de millones de personas de las dictaduras comunistas, que presumir del muro que cayó con el franquismo. He visto claro que el secreto de la personalidad de Zapatero es el egocentrismo. Parece incapaz de hablar de nada sin ponerse a sí mismo en medio de la conversación.
Pero cuando uno se coloca en medio aumentan exponencialmente sus posibilidades de hacer el ridículo. Cualquiera de los 600 asesores que dicen que dispone el presidente, si estuvieran para algo más que para cobrar sus sueldos y hacerle la pelota al líder, tendría que haberle advertido que el espantajo de Franco está bien para consumo interno: "Huy, Franco, ¡qué malo era!", "Huy, huy, que viene la derecha" y tal. Fuera de nuestras fronteras, si uno equipara a Franco con Hitler, con Stalin o con Mao, queda más bien como un simple.
No hace falta que hagamos la comparación macabra entre las víctimas de una dictadura y las de las otras, ni entre los estados en que cada dictador dejó a su país y al mundo. Por no salirnos del tema preferido de José Luis Rodríguez Zapatero, sería suficiente con un reportaje a fondo sobre él mismo durante el franquismo: las penurias que padeció, si las padeció, las represiones policiales que tuvo que soportar, su situación de confinamiento y las restricciones de su libertad personal, los libros que la censura no le dejó leer, etc.; y contrastarlas luego con las de cualquier personaje público de más allá del Muro de Berlín, con Lech Walesa, por ejemplo.
Pero dejemos la memoria histórica, y regresemos al presente. El hábito de Zapatero de referir cualquier asunto a su experiencia o a la de sus ancestros es indudable. Ignoramos si es un tic moral (ser incapaz de ponerse en el lugar de nadie) o intelectual (no entender nada si no lo ve a través de la propia biografía). Y otra duda o curiosidad: ayer, cuando se reunió con las familias de la tripulación del Alakrana, ¿qué vivencia suya les contaría el hombre a esas personas desesperadas?
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