La Rayuela
Lola Quero
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De poco un todo
FRENTE a cualquier tragedia, como la del terremoto de Haití, el periodista se lanza a dar todas las noticias posibles, desde las grandes cifras terribles a las pequeñas historias estremecedoras. Y hace bien. No está sólo ni principalmente alimentando un ansia inútil de información. Su contribución resultará fundamental para extender por todo el mundo la corriente de la solidaridad. La situación del columnista, en cambio, es menos evidente. A él se le pide, como reza el título de esta página, opinión. Y la opinión en este asunto ya la tienen ustedes y es unánime: estamos ante el horror.
Nicolás Gómez Dávila afirmó que "No merece la pena escribir aquello que no comienza pareciéndole falso al lector". Con la punta afilada del alfiler de su aforismo, pincha un hábito fofo. El del que se sube a su columna a elevar el tono para exclamar, campanudo, lo que sus afines quieren oír. En este sentido (distinto fue cuando lo usó Ciudadanos, un partido político), parece desafortunado el eslogan de la nueva Gaceta de los Negocios: "Tú lo piensas, nosotros lo decimos". Pero si ya lo piensas, ¿para qué oírlo de nuevo?, preguntaría Gómez Dávila. Lo interesante es leer lo que no se piensa, y lo enriquecedor es acabar pensándolo, si nos convence, o encontrar los argumentos para refutarlo, si es falso. Claro que qué sabemos Nicolás Gómez Dávila y yo de las maniobras maquiavélicas del marketing, que de eso va, simplemente, el anuncio de La Gaceta, donde escriben, por cierto, algunos amigos míos bastante imprevisibles.
Pero a mí déjenme presumir un poco de mi periódico. Una de las ventajas de escribir en este Diario de mis entrelíneas son ustedes…, sí, sí, no mire para atrás, usted entre otros. Nadie lo compra por motivos ideológicos, sino por costumbre, calidad y cercanía, de modo que uno es leído por personas de todo el arco político y de todas las concepciones de vida. Así es facilísimo cumplir con la exigencia del aforismo sin renunciar a la propia cosmovisión ni hacer extrañas contorsiones, que sería falsearme.
Y otra ventaja también tiene que ver con la cercanía. El columnista siente que escribe para algo cuando lo hace de la realidad más cotidiana o de la política local o de la autonómica o de la nacional, que son aquellas en las que podemos influir con nuestro voto y, muchísimo más todavía, con nuestro compromiso y nuestras conversaciones. Al hablar de lo que está al alcance de la mano, pone -piensa él- su granito de arena en la construcción de la actualidad nuestra de cada día.
Ante las tragedias lejanas e inevitables, como la de Haití, de qué va a valer -se lamenta- que uno repita con una voz débil y entrecortada el dolor de todos. Se suma a él, sin más, con su compasión, con su silencio y, en su caso, con su oración, que anula las distancias, y con su ayuda económica, que se las salta. Y a la vez escribe de otra cosa: de nada, prácticamente.
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