Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
DE POCO UN TODO
TENÍA preparado un artículo equilátero sobre el pase de Kaká, el taconazo de Guti y el remate de Benzema. La tesis era que la emoción que produce el gol responde, además de a evidentes motivos estéticos -y hablaba de las líneas perfectas que dibuja la jugada, y del dintel de la Academia platónica, que rezaba: "No entre quien no sepa geometría"-, y sobre todo, a motivos éticos. El hombre es un animal moral y sólo le emocionan de verdad los comportamientos ejemplares. Glosaba la valentía de Guti: no debe de ser fácil dar ese inesperado pase atrás arriesgándose a hacer el mayor de los ridículos si hubiese aparecido un defensa o, incluso peor, si no hubiese aparecido nadie. Y finalmente comentaba que la abnegación y la generosidad nos enardecen más que nada, y que la belleza última del taconazo estriba en la renuncia a marcar él el gol para dejárselo a un compañero, o sea, en el sacrificio personal, como siempre.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, viendo el revuelo mediático que ha producido el gol, se me iban quitando las ganas de sumarme al coro. Aunque luego pensaba que el clamor unánime no le quita mérito ninguno a la jugada, ni categoría simbólica, y que bien podía aportar uno el granito de arena de su punto de vista.
La muerte del soldado español, del colombiano John Felipe Romero Meneses, de 21 años, y las heridas graves de sus compañeros, me ha hecho desistir definitivamente. La jugada de Guti ya ha sido recompensada con aplausos y exclamaciones. Erigir al futbolista en héroe, o en artista, es llevar las cosas demasiado lejos. El heroísmo, como la santidad, es un estatus que, al menos en toda la extensión de la palabra, sólo se alcanza post mortem.
Y mientras tanto, al heroísmo cotidiano le va mejor el silencio, el cumplimiento discreto del deber. El espectáculo lo espanta. No asociamos a los héroes por eso con profesiones de uniforme y más concretamente con profesiones de uniforme de camuflaje, pero es una hermosa casualidad. Nos produce cierta desconfianza un héroe o un artista reconocidísimo en vida. Aunque hay gloriosas excepciones, los jaleos de la fama suelen ser un aviso de impostura, una señal de alarma.
Bien está que se aplauda a Guti y a otros deportistas, por supuesto, porque ese es su trabajo: ser aplaudidos, generar una ilusión colectiva que rompa en admiraciones. Pero no olvidemos nunca a esos jóvenes que seguramente admiran sin reservas a los ídolos del balón y que realizan labores abnegadas en defensa de todos, hasta que un ataque o un atentado les ponen, por desgracia y demasiado fugazmente, en el centro de la noticia.
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