La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
UN amigo me afea que hable de 'cultura de la muerte', siguiendo a Juan Pablo II, para definir esta época. Le choca la expresión en un católico, esto es, en alguien que, a fin de cuentas, adora a un crucificado. Conozco bien su inteligencia, y por eso me pasmo ante el hecho de que no distinga los muy diferentes 'cultos a la muerte' que suponen o postrarse ante la Víctima (que resucitará) o convertir el aborto en un derecho subvencionado y, a la vuelta de la esquina, la eutanasia.
La fe es un don de Dios y no cabe exigirla a nadie. Resulta, por tanto, perfectamente comprensible que a los no creyentes la cruz no les diga nada, y sólo cabe pedir el mismo respeto a quienes nos lo dice todo. Pero la confusión de mi amigo me ha hecho replantearme la polémica de los crucifijos. Para coger impulso, me he preguntado por el sentido de lo acaecido en la batalla de Puente Milvio en el 312. El emperador Constantino, pagano y bastante bestia, vio en el sol el signo de la cruz y oyó: "Con este signo vencerás". A la mañana siguiente ordenó que sus soldados pintasen la cruz en sus escudos, dio la batalla, venció y se aseguró el trono.
Qué llamativo que esa visión tan trascendental (en todos los sentidos) la tuviese un pagano, ¿no? Fue una señal. Creyendo o sin creer -Constantino no creía entonces ni hasta muchísimo después-, una sociedad compasiva acaba venciendo a sus enemigos (la injusticia, el desorden, la fuerza bruta, los ritos sacrificiales) bajo la cruz. Aún vista sin fe, es el símbolo del dolor inocente, y marca una frontera (hace cruz y raya) con el bando de los verdugos.
Cuando uno vuelve del 312 al 2010, observa que una de las líneas de fuerza de ahora es la disolución de la frontera entre la culpa y la inocencia, que corre en paralelo con una alergia creciente a la cruz. Fíjense en las fotos sonrientes, casi carcajeantes, de quienes aprobaron la ley del aborto. Los que firman la sentencia de muerte de un criminal lo hacen cariacontecidos. Eso es lo mínimo que se podría exigir a los abortistas. ¿Olvidan la inocencia total de los fetos?
No es el único signo inquietante. Recordemos tantos intentos de equidistancia entre terroristas y víctimas. O, en un orden menor, pero no menos significativo, las justificaciones a la violencia que expulsó a Rosa Díez de una universidad. O las declaraciones de Willy Toledo negando la condición de preso de conciencia a Orlando Zapata, muerto en huelga de hambre. O a Miguel Bosé comparando la feroz dictadura castrista con la censura idiota de cuatro fotos sobre Gürtel en Valencia. Estamos perdiendo las coordenadas. Y la cruz es la brújula.
Y es la viga que sostiene el techo que cobija a los indefensos. Siempre que yo no esté equivocado, claro, que puedo estarlo. Lo veremos muy pronto, porque quieren quitarla caiga quien caiga. (Eso sí: si esto se derrumba, que no sea, Virgencita, sobre nuestras cabezas.)
También te puede interesar
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
El Palillero
José Joaquín León
Propietarios o proletarios
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La semana ‘horribilis’ de Sánchez
Lo último