La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
NO creo que estemos ante el fin de los tiempos, pero estamos ante un tiempo de fines. Desde una distancia suficiente para coger perspectiva, se ve claro. Hemos aprobado o aceptado el fin del amor romántico, que es el amor libre, el fin del matrimonio, que es el divorcio, el fin del principio, que es el aborto, el fin de España como nación única e indisoluble, que son los estatutos, el fin del trabajo, que es el paro, el fin de la independencia económica, que son los impuestos incesantes, el fin de la cultura, que es el fracaso educativo y ahora, como traca final, el fin de la vida, que es la muerte llamada digna. Tanto progreso, oh progreso, venía a dar a la mar, que es el morir.
"No te pases, hombre", podría chistarme algún centrista, bajando la voz. Vale, no exagero. O exagero mi optimismo, para contrarrestar el párrafo anterior, y confieso que a mí la eutanasia me horroriza relativamente menos. Para empezar, sus partidarios siempre podrán predicarnos con el ejemplo, que es lo edificante; mientras que en el aborto se opta por la muerte de un tercero sin oír tampoco a un segundo, que es el padre de la criatura. La sociedad se ha resistido más a "la muerte digna" que al aborto porque se rige por la máxima gongorina: "Ándeme yo caliente/ y ríase la gente".
A la eutanasia le veo, por tanto, además de los daños, alguna ventaja colateral. No hablo del ahorro en pensiones y asistencia médica de la Seguridad Social, que es repugnante, sino de cierta justicia poética o, si quieren, de simetría. Una generación que ha asistido impasible (o satisfecha) a la consagración del aborto como un derecho social subvencionado se merece una dosis de su propia medicina. (Aunque la dosis sea letal y hubiese espantado a Hipócrates.)
Pero ustedes no se espanten: ya se sabe que la justica poética va por libre y es, desde Homero, un tanto bestia. Reconfortémonos todos juntos pensando que la ley de la muerte digna de Andalucía no autoriza la eutanasia, entre otras cosas, porque no puede. Es materia propia del Código Penal. En la práctica, no supone ningún cambio con la sedación y los cuidados paliativos que venían haciéndose en los hospitales, y que son muy de agradecer, por supuesto. El cambio consiste en dejar entornada la puerta conceptual a la eutanasia en sentido estricto. Es un cambio ideológico. Lo que no quiere decir que no sea clave. Revuelve por completo la actitud del hombre ante la muerte, que ahora comienza a buscarse sin tapujos. A diferencia de los viejos tiempos, se acabará muriendo rodeado de gentes que piensan que eso es lo mejor que te puede pasar... y que actuarán además en consecuencia.
La Iglesia hablaba de la vida eterna y se pensó que con ello aplastaba el gusto de vivir aquí. Pero se ha quitado del horizonte la eternidad y nos está quedando entre las manos, entre otras cenizas, la muerte. Sí, pero digna. Ah, sí, sí: dignísima.
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