Enrique García-Máiquez

Fracaso funcional

De poco un todo

11 de abril 2010 - 01:00

RECONFORTA ver preocupado a Ángel Gabilondo, ministro de Educación, aunque no ofrezca soluciones y se limite a hablar de "drama" y a clamar por el pacto. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey; y en el de los optimistas antropológicos, el preocupado es el responsable. Los datos no son desde luego para menos, pero parece prodigio que un ministro actual se rinda a la evidencia.

Tenemos, según Gabilondo, un 30% de abandono escolar, mientras que la OCDE augura que el 85% de los puestos de trabajo exigirán formación específica en el 2020. Cruzando porcentajes y echando una simple cuenta maría, concluye el ministro que para entonces nos faltará un 15% de personal cualificado. La cuenta está mal planteada, me temo, porque calcula en términos de pleno empleo. Con el paro que soportamos y lo que nos queda, por desgracia, será muchísimo menos el 85% de los puestos de trabajo disponibles que el 70% de estudiantes titulados.

Pero, en todo caso, el 30% de fracaso escolar debe preocuparnos mucho. Siempre que el nivel formativo de los que acaban no lo haga menos. Se corre el riesgo de que el sistema educativo, ante la exigencia de reducir los niveles de abandono, abandone los niveles de exigencia. Junto al analfabetismo, existe el analfabetismo funcional; y paralelamente al fracaso educativo tal vez vaya engordando, oculto, un enorme fracaso funcional, esto es, jóvenes que finalicen los estudios sin haber aprendido todo lo deseable. Eso resultaría de una gravedad extrema porque afectaría a un mayor número de estudiantes, que encima son los llamados a desempeñar los trabajos importantes del futuro.

La preocupación de Gabilondo tiene motivos sobrados. Y se entiende su desconcierto: todo ocurre bajo unas leyes educativas diseñadas por gobiernos socialistas según sus dogmas pedagógicos. Además, los males de la educación exceden del ámbito de competencia del ministerio y tienen raíces muy hondas en los modos y las modas de esta sociedad. Nos encontramos, por tanto, enredados en un retruécano vicioso: la educación es el problema más grave de la sociedad y la sociedad es el problema más grave de la educación. Solamente un cambio muy profundo en valores y actitudes desataría el nudo gordiano. Pero, ¿quién quiere el cambio de verdad?

Para aportar mi granito de arena, avisaré de que en las mismas palabras preocupadas de Gabilondo se puede detectar una causa no menor de la ineficacia del sistema. No le inquieta, fíjense, la deficiente formación humanística del alumnado, sino que no vaya a cubrir las necesidades del mercado laboral del año 20. Que se conciba la enseñanza como una factoría de trabajadores y no como una formadora integral de personas libres explica en parte por qué bajan los niveles y sube el abandono. Los seres humanos en general, y los estudiantes en concreto, somos, sobre todo, buscadores de sentido. Lo que no lo ofrece, aburre.

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