La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
PUBLIQUÉ una columna laudatoria del último libro de Miguel d'Ors, Más virutas de taller, y el elogiado me respondió con un rápido sms: "Vuelvo del monte [de practicar senderismo] y veo tu calumnia [sic]. Gracias. Pero oye: en lo corporal no hace falta ser chestertónico. Abzs. M". Es verdad que en la foto salgo algo fofo (como en los espejos). El cuerpo me pide, sin embargo, replicar: "Un poco de pícnico tampoco le vendría mal si con ello fuese más amable, atlético maestro. Slds, E".
No lo hago; no sé si por chestertoniano o por chestertónico. La amabilidad del inmenso (en los dos sentidos de la palabra) escritor inglés es proverbial, y yo pretendo seguir sus pesos, quiero decir, sus pasos. Otro que hace lo que puede es Juan Manuel de Prada, más redondo por momentos. Chesterton se consideraba el hombre más caballeroso de Londres: el único que al levantarse en el tranvía cedía asiento para dos señoras. El otro día observé que no es imprescindible el volumen para esa hazaña de la urbanidad. Mi delgadísimo amigo José Manuel Díez había dejado su asiento en un funeral a una señora, pero con dos ágiles saltos hacia atrás logró otro. Al rato, como la iglesia seguía llenándose, volvió a ceder su asiento a otra señora (en concreto, a la mía). Tiene razón Miguel d'Ors: se puede ser chestertoniano sin llegar a chestertónico.
Pero cuesta. En la práctica, el que se dedica a escribir pasa gran parte del día sentado, o sea, cometiendo uno de los más graves pecados de nuestro tiempo: el sedentarismo. Encima, como tiene que estar concentrado en lo que piensa, no puede tener hambre. En esto, no queda más remedio que ser wildeano o wildeónico (por el gran Oscar) y librarse de la tentación mediante el acreditado método de caer en ella. Se acerca uno a la nevera, pega un tiento, y ya está en condiciones de seguir concentrado (y expandiéndose).
En lo teórico, ser chestertoniano implica un indesmayable hedonismo católico, en los dos sentidos de la palabra "católico": confesional, uno, y universal, el otro, o sea, un hedonista que agradece a Dios, de palabra y de obra, todo lo bueno que hay, empezando por los bocadillos de jamón serrano. Es muy probable, por tanto, que el chestertoniano acabe chestertónico perdido.
Pero como el ascendiente de d'Ors sobre mí es intenso, trataré de ponerme a régimen. Espero que mi inminente delgadez no me agrie el carácter. Si ven que a partir de ahora empiezo a enfadarme más, ya saben lo que me pesa. De preferirme jubiloso, siempre podrían mandarme un tocino de Cielo (por lo confesional) del convento del Espíritu Santo de El Puerto (porque están de muerte).
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