La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
MAÑANA se cumple el 5º aniversario de la elección de Benedicto XVI. El pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila ha diagnosticado que uno de los problemas de la democracia es que sólo llega a gobernar quien se postula para ello, se considera mejor que nadie y lo proclama en los mítines. No ocurre así en la Iglesia. Tras años de servicio, el cardenal Ratzinger, un intelectual de primera línea, anhelaba jubilarse para estudiar, escuchar música y escribir. Ha contado lo que ocurrió cuando vio que podía ser escogido: "Le dije a Dios: 'Por favor no me hagas esto'... Evidentemente, esta vez Él no me escuchó".
Como intelectual habrá sufrido más, si cabe, con la ola de escándalos por los casos de pederastia en la Iglesia. Sin juzgar intenciones (buenas, malas o regulares), asombra tanta irracionalidad contraproducente. Los datos objetivos, que están al alcance de todos, establecen que esos casos han sido proporcionalmente pocos -aunque en términos absolutos, uno ya sea gravísimo- y que la mayoría ocurrieron hace varias décadas. Apuntar, como se está haciendo, con el dedo acusador al celibato o a la Iglesia o al Santo Padre diluye en un océano de inocencia la nauseabunda responsabilidad moral y penal de los verdaderos culpables. Al menos los españoles tendríamos que tenerlo claro, pues hemos sabido distinguir muy bien entre los criminales y la sociedad en que se ocultan. El eslogan más noble de nuestra democracia ha sido: "¡ETA no, vascos sí!"
Sólo una exigua minoría de sacerdotes han sido pederastas y sólo una exigua minoría de pederastas han sido sacerdotes. Pero los medios andan obsesionados por esa doble minoría, más que por la pederastia en sí, sus víctimas, las causas y los remedios. Igual que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, este escándalo mundial es el reconocimiento que el relativismo hace de la sacralidad de la Iglesia. Yo también me escandalizo, por supuesto, pero no deja de sorprenderme que los más laicos del planeta asuman un plus de gravedad en la pederastia que perpetra un consagrado.
Para Benedicto XVI estos días estarán siendo tristísimos, sobre todo por las víctimas de los abusos; luego, por el hecho mismo de que ocurrieran, y finalmente, por este enfoque mediático tan desenfocado. En este 5º aniversario, habríamos querido celebrar con él sus encíclicas clarísimas, sus homilías y discursos, su delicado cuidado de la liturgia, su defensa de la razón y la fe y su entrega abnegada. Pero son momentos duros. Con todo, nadie como el Santo Padre, con una trayectoria impecable en los puestos más complicados, con una voluntad de transparencia sin resquicios, con una lucidez deslumbrante, con un intenso amor a Dios y a su Madre, puede hacer que resplandezca la verdad. Rezábamos hace cinco años porque el elegido fuese el mejor para la Iglesia: evidentemente Él sí nos escuchó. Gracias, Dios; gracias, Papa.
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