Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
DE POCO UN TODO
LOS partidarios del Estatut arguyen: "¿Qué importa que sea o no constitucional? Si los catalanes se sienten una nación, ha de valer". Curioso cóctel (¿molotov?) de sentimentalismo y Derecho Público. Pero aun sin salirnos de lo sentimental, tampoco se sostiene el argumento. No todos los catalanes lo sienten así, ni la mayoría, según las encuestas. ¿Y qué pasa con los sentimientos de los demás? Yo siento Cataluña como parte esencial de mi nación. ¿Por qué mis sentimientos tendrían que frenarse en seco en Despeñaperros, y los de un ampurdanés tienen que estirarse hasta Tortosa, y poco más? En los corazones, como dicen los partidarios de la interpretación afectiva de la ley, no manda nadie.
Una explosión sentimental son las cartas que José Bergamín escribió a María Zambrano, recogidas en un libro indispensable: Dolor y claridad de España (Renacimiento, 2004). El 25 de octubre de 1957 le escribe: "Creo que tú también tienes -como yo- dos grandes, profundos amores en tu vida: España y la Iglesia. (Yo añado: mis hijos…)". Aún está en París, exiliado, pero deseando volver. Tanto, que ha de suspirarlo en verso: "Yo quiero ver y tocar / con mis sentidos España, / sintiéndola como un sueño / de vida, resucitada".
Nada más aterrizar en febrero del 59 escribe: "La realidad supera siempre a los sueños". En los meses siguientes no sabe qué ciudad destacar: "Madrid es la ciudad más misteriosa del mundo. […] Y gracia como ninguna. […] Y ahora más que antes, más que nunca". Más tarde dice de Sevilla: "¡Qué única y prodigiosa ciudad que siempre preferí a todo el mundo!". Y luego: "Barcelona es lo único que queda en España de todavía enteramente español". Ya se ve que el corazón tiene razones que el principio de no contradicción no entiende.
Todo lo resume en enero de 1963: "He recorrido ya en estos cuatro años casi toda España. La misma y muy distinta a la que conocía. Pero nunca la he querido tanto como ahora, ni creo haberla visto, como ahora, con más dolor ni más claridad. […] Mi afición a España (como Larra diría) es hoy más apasionada que nunca".
Mi afición por la libertad también es apasionada: que cada cual achique o agrande su corazón lo que quiera o sepa o pueda. De hecho, el propio Bergamín acabó con el suyo encerrado en un rincón vasco. El mío, españolísimo, se asoma entre los Pirineos a Europa, y sobre el mar a América, y late junto a Portugal. Pero grandes o chicos, sólo con los sentimientos de unos no se hace ni se deshace el país de todos. Para evitar un choque frontal de corazones, hay que respetar la Constitución, marco de nuestra convivencia, fruto de nuestra historia.
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