Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
DE POCO UN TODO
DE seguir esto así, terminaré defendiendo a Zapatero, aunque no mucho. De momento, ya defiendo a su madre, que no tiene la culpa, quizá sea una santa y en todo caso la ampara la presunción de inocencia y el respeto sacrosanto debido a la maternidad, que se entiende mejor cuando se ha asistido en primera fila a un parto y a la primera semana de lactancia. Según avanza la crisis, los insultos al presidente suben de tono hasta salirse de madre (o meterse con ella). Lejos de mí considerar a Zapatero inocente, pero no es racional convertirle en el chivo expiatorio de todos los males.
Claro que tampoco es inocente de eso. Los políticos exageran su importancia. Prometen el oro, el moro, el pleno empleo, superar el PIB de Italia, la renta per cápita de Alemania, el corazón de Europa, las civilizaciones y el acontecimiento planetario… Su trabajo es venderse. Pero luego, ay, cuando llega la realidad con sus rebajas, el responsable de la oficina de reclamaciones es él, que se hizo cargo del chiringuito sacando pecho: "Dejadme solo, que esto lo arreglo yo en un periquete".
Muchísimos aspectos escapan al control del poder. De hecho, el presidente es un mandado, como han dejado patente Merkel y Obama. La ventaja del liberalismo sobre la socialdemocracia estriba en que conoce y asume su impotencia ante las leyes del mercado, de la que presume incluso. La ventaja mayor de los conservadores radica en que tampoco se fían un pelo del mercado. Su lema es: "Virgencita, que me quede como estoy", que es lo que hoy por hoy rezamos los que aún tenemos trabajo. No es que los conservadores no estén por avanzar, pero con cuidado, no vaya a resultar peor el remedio que la enfermedad. Con Zapatero, por ejemplo, hemos progresado hasta la total ruina del chiringuito.
La única promesa que un auténtico conservador se permite es la de Churchill: "No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". Los resultados vendrán luego, y si no, nadie le acusará de mentiroso. No sé yo si con ese discurso electoral alguien ganaría unas elecciones en España. Y me quedaré sin saberlo porque no creo que el PP, ni tan conservador ni tan liberal, lo pruebe.
Lo que sí sé es que con estos políticos que se creen -visto lo que prometen- omnipotentes lo llevamos crudo. Por un lado, al considerarse fundamentales, multiplican sus cargos. ¿No se dan cuenta de que su proliferación es una parte gorda del problema? Y por otro, al hacernos creer que ellos son la solución, no siéndola, se colocan en el centro del huracán del descontento. A cada encuesta del CIS crece -naturalmente- el rechazo a los políticos.
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