Con la venia
Fernando Santiago
Quitapelusas
De poco un todo
NO, no ha leído mal. Aunque sea España la que da boqueadas agónicas, el título está bien puesto. Y todavía sorprende más la fecha: 1940. La narró, en el libro La agonía de Francia, recientemente reeditado por El Asteroide, el maestro de periodistas Manuel Chaves Nogales, que estuvo allí.
A pesar de que habla de allá y de entonces, es una lectura para aquí y ahora. Este libro justificaría por sí solo la polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía, si lo pusiesen de lectura obligatoria. Hacía años, quizá desde Notas para la definición de la cultura de T. S. Eliot, que yo no leía una defensa de la civilización y la democracia tan emocionante, lúcida y comprometida. Cuanto se dice sobre el derrumbamiento sin lucha de la república francesa ante el totalitarismo es de aplicación universal y, en concreto, de fácil (e inquietante) equiparación española.
La tentación nuestra, por ejemplo, es echar las culpas de todo a Zapatero, que ha sido un pésimo presidente, sin duda. Pero Chaves Nogales en su libro insiste una y otra vez en que la vergonzosa derrota de Francia frente a Hitler no fue culpa exclusivamente de sus políticos, sino del conjunto de la nación. "No era sólo que sus dirigentes practicasen la política clásica del avestruz. Era que el pueblo mismo la exigía y la aplaudía", puntualiza y -a través del tiempo- nos apunta. De hecho, incluso defiende a Daladier y a Reynaud, y ni siquiera es excesivamente duro con Pétain. A los nazis los ningunea, porque lo disolvente no es el enemigo exterior, sino la corrupción interna.
Fustiga la codicia de los franceses, su feroz egoísmo, sus luchas fratricidas y, sobre todo, su falta de clarividencia: "Nunca una catástrofe nacional se ha producido en medio de una mayor inconsciencia colectiva". Cuando se quiso reaccionar, ya era tarde: "Entró un tardío y angustioso anhelo de intensificar la natalidad […] y se daba el caso de que el médico o la comadrona que practicaban el aborto eran más severamente castigados que el saboteador o el espía y producían más furiosa indignación en la opinión popular. […] Todo aquello tenía el sentido lamentable de los arrepentimientos tardíos".
La reacción no sólo fue tardía, sino débil. Chaves Nogales se desespera ante el pacifismo suicida de los franceses: "Desde que se vio con claridad que los ingleses aceptaban honestamente la dura realidad de la lucha […], los ingleses empezaron a hacerse odiosos". Y el periodista español, con una fe inquebrantable en los valores democráticos que Francia representaba, clama por un patriotismo, una entrega, una defensa militar y una solidez intelectual y ética que hubiesen salvado a Francia. Sin cesar denuncia "aquella voluntad funesta de autoaniquilamiento, de suicidio, que ha presidido el triste destino de una nación que tenía derecho a ser inmortal". Un libro que se lee con el corazón en un puño y con un ojo en España.
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