La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
De poco un todo
En un momento del Cuaderno gris, Josep Pla anota que tiene 21 años y que no ha comido ninguna ostra y que, por lo tanto, es un desgraciado. Esa afirmación se ha puesto como ejemplo de la frivolidad recalcitrante del ampurdanés. Yo la veo más bien como una muestra muy templada de su ironía mediterránea. Hay que tener en cuenta que Pla, tan de pueblo como yo, se dejaba caer así, como quien no quiere la cosa, poniendo cara de cateto, sobre el seny y el snobismo de los sibaritas barceloneses, de tanto peso por entonces. Siempre lo he saboreado de ese modo, "ostras a la pueblerina", digamos: una suculenta no ostra con su ramita de perejil, y me ha gustado mucho. También, quizá, porque, por otros vericuetos, yo llegué al mismo sitio: comí ostras, y me sentaron fatal, y entonces sí que fui un desgraciado. Debatiéndome en los abismos de la indisposición, recordaba con envidia, obsesivamente, la saludable desgracia del joven Pla.
Con una envidia más pura he leído un comentario veraniego suyo en Notas dispersas: "En algunos de los países donde he pasado el verano no he oído a las cigarras ni a los grillos, ni he visto a las luciérnagas. Y me ha parecido que no era verano". Uno de cigarras y de grillos sabe lo que no está en los escritos, pero no ha visto nunca -fuera de las películas de Miyazaki y de los haikus- una luciérnaga. Nunca jamás. Razón por la cual me he sentido de pronto, con más motivos que el joven Pla y sin ironías que valgan y con 41 años, un pobre hombre. Si alguien sabe dónde hay luciérnagas en la provincia de Cádiz, por caridad, que me lo haga saber, y correré a verlas.
Con toda humildad creo que mi desgracia es más auténtica que la de Pla. De hecho, estoy seguro de que si le cambiase mis dichosas ostras por sus luciérnagas, no querría, ni aunque fuesen buenas. Hay algo luminoso en las luciérnagas, como salta a la vista, mientras que lo de las ostras roza el canibalismo. Hoy la crisis global nos aboca a los placeres contemplativos. Los goces del Paraíso, nos informó Dante, que estuvo allí, ni se consumen ni se disputan, se multiplican. La ostra que uno se come, ya no la saborea nadie, pero la luciérnaga que veo brillar la pueden disfrutar todos. Los que somos epicúreos, en esta situación de crisis y recortes de sueldo y paro, tenemos que reorientar nuestros deseos desde el consumir y poseer hacia el confluir y pasear. Saldremos ganando. El pesimismo puede no ser más que esos pasos atrás que damos para coger impulso y saltar a un optimismo más alto. Se comenta que este será el último verano en el que viviremos como hasta ahora, que en el otoño caliente que nos espera cambiará todo. Cameron se lo ha advertido a los ingleses, pero nosotros ya podemos ir aplicándonos el cuento. El cambio no tiene que ser por fuerza a peor, pienso, mientras que, a falta de luciérnagas, contemplo las gratuitas estrellas, sus hermanas mayores.
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