Enrique / García-Máiquez

Noche en blanco

DE POCO UN TODO

23 de junio 2010 - 01:00

ME he quedado escribiendo hasta las tantas, a base de café negro y música clásica, como cuando estudiante. Se me habían atrancado tres tremendos trabajos. Y ahora, en vez de irme a la cama, me he puesto a escribir este artículo de propina, por puro gusto, saboreando la coyuntura.

El sabor de la noche, negra como el café, es el de mi juventud. Para otros, según cuentan, la juventud fueron noches de fiesta, pero ésas las conocí antes, de adolescente, y las padecí hasta hace nada. El amor, por suerte, no fue específicamente juvenil, sino de entonces y de después y de mañana, de siempre. Lo estrictamente juvenil mío fueron las noches de estudio, cuando desde mi piso de estudiante, asomado a la ventana abierta, descubría en otras ventanas los flexos de otros malos estudiantes, que querían sacar en unas horas el curso, como yo.

Y lo curioso es que se sacaba. No me explico qué demonios hacían esos políticos importantes que hay en todos los partidos que no han terminado su carrera de Derecho. Bastaba un puñado apretado de noches mano a mano con el Administrativo para superar el trámite. Y eso tan gris y aburridoburocrático que tenía el Administrativo se transformaba en el intenso sueño de una noche de verano donde te lo jugabas todo. Las estrellas eran moneditas en el aire, dando vueltas, y no se sabía si saldría cara o cruz. El tono vital con el que fui pasando los exámenes era el de veinte canciones de amor y un poema desesperado.

Parecían entonces angustiosas aquellas noches. Sin embargo, rememorarlas ha sido un placer. Mañana (hoy) comprobaré cómo han quedado los trabajos hechos a trancas y barrancas, pero yo me he quedado en la gloria, molido, pero en la gloria.

¿Quién me iba a decir a mí que lo más importante que estaba aprendiendo en aquellas horas no era el régimen jurídico de las administraciones públicas sino a velar, como don Quijote, las armas y, sobre todo, las letras? Lo más educativo, qué raro, era el agobio; y la capacidad de ganar el pulso al reloj y al cansancio. "El pasado es imprevisible", nos avisa uno de los grandes aforismos de Ramón Eder, y es cierto que, cuando el futuro se presenta, el pasado se transforma de la cruz a la raya.

En aquellas noches de estudio daba tiempo de todo. Cualquier cosa (antes de sentarse) resultaba inaplazable; así que imagino que esta misma noche habrá algún universitario que, mientras se toma su enésimo café para ponerse ya mismo a estudiar, lee, muy concentrado, este artículo en el periódico. Pues mucho ánimo. Aunque le parezca increíble, cuando sea un cuarentón, echará de menos esas horas empollonas. ¿No cree? Ya lo verá.

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