Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Calle Ancha
SE ha puesto de moda, con exceso, hablar mal de la educación en España, criticar al sistema y a los actores, denostar a quienes dedican buena parte de su vida y su vocación a enseñar a los demás. Recurrir a informes como el "famoso" PISA, sin tener en cuenta los contextos sociales y económicos, se convierten en una verdadera falacia. Y es en ese contexto donde, ahora que termina más de una década de relación con el Colegio Público Carlos III de la ciudad de Cádiz, quiero reivindicar, otra vez, el valor de la enseñanza pública en España.
Situado y, lo que es más importante, integrado en un barrio que no destaca por el alto nivel económico de sus habitantes, el Carlos III es un colegio que se distingue por el compromiso social de sus profesores y por la calidad de su método y sus enseñanzas. Marieta, primero, y Alberto después, han sido receptores de la vocación y buen hacer de los profesionales del Carlos III. No quiero, no debo, destacar a nadie, ni a los directores que he tratado en estos años, ni a los profesores que han corroborado principios educativos fundamentales en mis hijos, ni a quienes, desde la administración o la conserjería, nos han ayudado puntualmente a su bienestar. He logrado buenos amigos en algo más que una década de relación con el Carlos III. Y me siento satisfecho de que mis hijos sigan recordando "su colegio" como un espacio vital pintado de rosa. Entraron en ese colegio con cuatro años, y algún temor, tras pasar unos años tranquilos en otro centro ejemplar -El Patio- y lo dejaron con once, ambos con lágrimas en los ojos, conscientes de que dejaban una etapa fundamental en sus vidas.
Los dos, Marieta y Alberto, recuerdan sus primeros, y sus últimos, días en el "cole", las líneas dibujadas en el suelo que debían seguir, a sus profesores y profesoras, los gestos de autoridad y el cariño de sus maestros y maestras, la vocación y entrega de los que han colaborado, con sus padres, en su formación, las explicaciones en clase, los dictados, las cuentas, las clases de educación física, las salidas vigiladas del centro, las excursiones, las correcciones constantes de los profesores, las normas de convivencia, el comedor… Han sido años en los que han conocido la importancia de las matemáticas y de las ciencias sociales, lo fundamental del conocimiento del medio y de la música, y, sobre todo, lo importante que es la convivencia y el diálogo para las relaciones personales.
Del colegio Carlos III a mis hijos les quedan recuerdos felices de sus profesores, de manera espacial de sus tutores, de la aparente seriedad de los directores, y de la colaboración del personal de administración y conserjería. Y durante algo más de diez años sus padres hemos sentido la tranquilidad de que han estado en buenas manos, en manos de unos profesionales guiados por su vocación y su cariño por la enseñanza. Por ello nuestra gratitud.
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