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La tribuna
DICEN que la escuela es un subsistema social del otro más amplio que es nuestra propia sociedad, y que como tal refleja con mayor o menor intensidad las tensiones y conflictos que aparecen en el mundo de los adultos. Lo que está sucediendo ahora mismo con las prohibiciones del burka tuvo su pequeño anticipo en un instituto de Pozuelo. Fue el caso de la niña que de pronto empezó a ir a clase con yihab, originando un conflicto que, me parece, está en los tribunales. El próximo curso es posible que se den más casos y se originen más líos, por lo que no vendría mal que se fijaran, por ley, las reglas del juego en un asunto que afecta a la formación de las personas.
Para que no haya sospechas de ningún tipo, empiezo diciendo que estoy en contra de que en las escuelas las niñas lleven velo. Y mi postura es clara. No estoy en absoluto de acuerdo en que los símbolos religiosos (y habría que distinguir entre los símbolos religiosos inocentes o que no afectan a la crianza y a los desvíos de la personalidad de los creyentes, y los no inocentes, que sí afectan y de qué modo) estén por encima de cualquier consideración y haya un derecho absoluto a mostrarlos en público.
Creo que la escuela o el instituto también son templos, donde se oficia la religión del saber y del desarrollo personal. No considero cierto que lo que se hace en una escuela sea de rango inferior a lo que se hace en una iglesia o en una mezquita, y afirmo rotundamente que lo que hace la institución escolar por el futuro de los niños es, por lo menos, igual de importante que lo que hacen los centros religiosos para asegurar a sus fieles la vida eterna.
Se habla de que los niños cristianos llevan cadenas con crucifijos, o de los hábitos de monjas y frailes. Pero maticemos. En primer lugar, las cadenas son menos aparatosas y, sobre todo, los llevan por igual niños y niñas, mientras que el yihab sólo lo llevan las niñas (qué casualidad, ¿verdad?) y pone de manifiesto la aceptación de una posición inferior de un sexo respecto al otro. En cuanto a monjas y frailes (los curas hace mucho que van de paisano, salvo cuando dicen misa) hay que decir que son adultos, que pueden dejar su estado cuando quieran (de hecho es algo frecuente) y además, están en franca regresión. Encontrar en una clase de un colegio religioso una monja o un fraile, vestidos como tales e impartiendo docencia, es misión casi imposible. Y cuando pasen unos años, el casi desaparecerá.
Se habla del derecho de la mujer a ir vestida como quiera. Pero lo cierto y verdad es que se impone a las niñas un modo determinado de vestir, cuando ellas aún no están en condiciones de decidir por sí mismas. ¿No estaremos discutiendo, más que el derecho de una persona, el derecho de una religión a imponer una determinada visión del mundo a unos seres en momentos en que, por su temprana edad, son capaces de tragarse y creerse todo lo que les dicen? Religiones y nacionalismo se emplean muy bien en comenzar a inculcar sus doctrinas desde los más tiernos años. En esto no son nada delicados ni gastan en disimulos. Saben que les va la vida en ello. Si en lugar de comenzar desde tempranito esperan a que el sujeto esté formado y haya alcanzado la madurez, no se les apunta nadie.
¿Es el derecho de la mujer a ir como quiera, o el de los mayores para imponerle una visión del mundo en la que ha de jugar un papel secundario y sometido? Reclaman que seamos tolerantes y comprensivos, pero para que con ello los otros sean intolerantes sin ningún tipo de obstáculo. No. No estoy en absoluto de acuerdo en que los padres tengan, so pretexto de la religión, un poder absoluto sobre lo que sus hijas van a ser y en lo que van a consistir: seres de segunda categoría, recortadas en sus potencialidades y al servicio de los machos. Y todavía menos lo estoy en que la institución escolar, cuando se presente un caso así, mire para otro lado.
Se deberían prohibir, por ley, este tipo de atavíos. Tendría muchas ventajas. En primer lugar, sería algo público y conocido, por lo que el que se integrara con nosotros no se podría llamar a engaño. En segundo lugar, los padres no podrían personalizar la negativa en unas personas o en una institución concreta: un colegio, un o una directora. En tercer lugar, la niña no sufriría presiones, porque no llevar el velo sería un acto ajeno a su voluntad. En cuarto lugar, durante los años de su estancia escolar (que pueden ser bastantes) los padres y allegados se darían cuenta de que no pasa nada porque su hija no se cubra el pelo, que ninguna de las cualidades de su carácter o de los rasgos de su personalidad son afectados por ello. Y sobre todo, por último, la niña sí experimentaría, por un periodo prolongado de tiempo, lo que es no llevar añadidos obligatorios. Así, cuando llegara a adulta, tendría elementos de juicio suficientes para decidir por sí misma y con conocimiento de causa bastante qué signos externos de identificación con su cultura o religión va a portar mientras viva.
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