Enrique / García-Máiquez

Estamos muertos

DE POCO UN TODO

07 de julio 2010 - 01:00

EL fervor desatado con nuestra selección tiene, entre otras virtudes, la de darnos una referencia de lo que es un verdadero interés social. Las ciudades se paralizan cuando juega España, los horarios de trabajo se alteran, rebosan los bares y las noticias más vistas en todos los periódicos son las que hacen referencia al Mundial de Fútbol. Lejos de mí protestar por eso, porque toda pasión, con tal de que no sea destructiva, resulta vivificadora.

Qué tremendo contraste con el interés, muy limitado a la clase política y periodística, que ha producido la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Cataluña, a pesar de la trascendencia del partido que ahí se jugaba la nación española, que puede quedarse en cuartos (menguantes) o en sus estertores semifinales. A estas alturas, lo de la política española más que un partido es un roto, y a ver quién lo compone luego. Sin embargo, la respuesta de la afición es la indiferencia general.

Todavía mayor es la indiferencia y mucho más grave con la que se ha acogido la nueva ley del aborto, que supone barra libre para la supresión de los fetos y que permitirá abortar a las menores de edad sin consentimiento paterno. La gravedad del aborto, que saja de raíz el derecho fundamental a la vida y que afecta irreversiblemente a las mujeres que lo practican, está fuera de toda duda. Incluso sus más acérrimos partidarios, poco antes de celebrar alborozados la aprobación de la ley, lo reconocen con una cara de pena momentánea.

Sería maravilloso que en España hubiese la mitad o un cuarto de pasión a favor y en contra del aborto de la que gastamos por el fútbol. Veríamos debates encendidos, foros desaforados, discusiones en los bares, en internet, en la calle, en los comentarios de las noticias de prensa, horas de análisis y se abrirían en todos los periódicos suplementos especiales que contrastarían las opiniones de unos expertos y de otros. Eso significaría que estamos vivos. Que nos tomamos en serio nuestras leyes y sus efectos.

Con una opinión pública que vigilase a sus políticos como vigila al entrenador de la selección otro gallo nos cantaría. Si cada español estudiase con la misma aplicación que dedica a las posibilidades tácticas del fútbol las implicaciones morales y jurídicas y las consecuencias psicológicas y sociales del aborto no habríamos llegado hasta aquí.

No es una utopía. Hubo épocas en que el pueblo discutía con ardor sutiles cuestiones teológicas o se preocupaba por los principios políticos fundamentales. Un motivo más para desear que hoy gane España es que al menos con el fútbol parece que estamos vivos.

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