La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
LA victoria de Tomás Gómez está siendo objeto de minuciosos análisis. Para Zapatero, se mire por donde se mire, es una mala noticia. El mayor activo de Gómez, como subrayó Rubalcaba, fue haber dicho no al presidente; y cuánto debe de preocupar dentro del PSOE que el efecto ZP cotice tan a la contra como para dar la victoria de un peso menor y frente a una ministra y el aparato del partido. Teniendo en cuenta que el primero que ha logrado derrotar a Zapatero ha sido un socialista, Rajoy tampoco queda en una posición muy gallarda, aunque el gran damnificado es el presidente.
¿Por qué, como si no tuviese bastante con gobernar un país en crisis profunda, pisó el avispero de designar un candidato para Madrid? Hay varias respuestas complementarias: la querencia irremediable y prioritaria de los políticos por los asuntos internos de su partido, la naturaleza expansiva del poder, la obsesión por la figura incombustible de Esperanza Aguirre, etc. No debemos olvidar, sin embargo, que fueron las encuestas, que predecían que el tal Gómez era un perdedor nato, el principal motivo por el que Zapatero se metió de cabeza en este berenjenal.
Lo que nos permite pasar de un hecho muy pegado al rifirrafe político del momento y muy analizado ya, a uno de los tics más peligrosos de las sociedades modernas, nunca suficientemente denunciado: el abuso de encuestas y estadísticas y la confusión de la democracia con la demoscopia. Que una cosa no es la otra exactamente, lo celebra ahora Tomás Gómez y lo lamenta Trinidad Jiménez y, sobre todo, su mentor.
Hablaba Ortega de cuando la filosofía tuvo un repentino ataque de modestia y quiso ser una ciencia. Fue en el siglo XIX. En el XX, la humanidad ha tenido un acceso de humildad y se ha conformado con ser un número, y ni siquiera absoluto, sino una proyección o un porcentaje. No sólo en la política, también en la economía o en la medicina se impone la costumbre de traducirnos a cifras, que son más fáciles de predecir y manejar.
El hábito de las estadísticas nos empobrece incluso moralmente. Ante un mal ajeno, tan acostumbrados como nos tienen a pensar en tantos por ciento, sufrimos la tentación mezquina de alegrarnos porque tenemos ya menos probabilidades de sufrirlo nosotros. Es una egoísta evolución posmoderna del instinto de supervivencia. Urge una rebelión contra tanta encuesta y cifra relativa. Más allá de sus consecuencias políticas, sería deseable que esta victoria en las primarias de Tomás Gómez se viese también como el momento en que las encuestas como luz y guía de la actuación de nuestros gobernantes comenzaron a morder el polvo.
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