La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La firma invitada
GOBIERNO, patronal, sindicatos, banca… todos se echan la culpa unos a otros de haber llegado a la situación actual de paralización casi absoluta de nuestra economía. Sabido es que si no se crece al menos por encima del dos por ciento anual, no se generan puestos de trabajo, por lo tanto, la única solución es hacer crecer la economía.
Dijo el saliente ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que su Ministerio no es el responsable de crear empleo y, por lo tanto, que de los dos millones de parados que había a su llegada, se haya duplicado sobradamente esta cifra, tampoco es su responsabilidad.
Tiene razón Corbacho, pero sólo a medias. Es cierto que el Ministerio de Trabajo no genera empleo directo, pero sí es el responsable de establecer las condiciones imprescindibles para que eso ocurra: fomentar los acuerdos entre patronal y sindicatos; dictar la leyes que modifiquen las condiciones de trabajo; y, como Gobierno, favorecer el acceso a los recursos financieros. Y, casi lo mas importante, impulsar la investigación y desarrollo de las empresas y la correspondiente formación técnica de los trabajadores.
En este mundo globalizado, la competencia que tienen que soportar los productos Made in Spain", tanto en el mercado interior como en el de las exportaciones, es muy importante y no sólo en precio, también en conceptos menos tangibles como la calidad, diseño, el valor añadido… En una palabra, hay que ser muy competitivos.
No se trata de analizar aquí las teorías económicas de Keynes, Smith o cualquier otro prestigioso economista. Ni siquiera nos detendremos en "el mercado laboral de búsqueda" que ha supuesto el Premio Nobel de Economía 2010 para Diamond, Mortensen y Pissarides. Sólo citaré, por su originalidad, aunque resulte políticamente incorrecto, uno de sus postulados: "Cuanto más generosas sean las indemnizaciones y prestaciones por desempleo, más elevado es el paro y más largos son los tiempos de búsqueda (de empleo)".
La reactivación de los mercados es el más eficaz motor de la economía; la demanda global requiere un aumento de la producción y ésta genera a su vez una mayor necesidad de medios productivos humanos y tecnológicos.
Enunciado tan elementalmente, la cuestión parece sencilla, sólo que el primer eslabón de la cadena, el mercado, es cada vez más exigente, existe una creciente competencia y no es fácil de conquistar. Si me lo permiten, expondré, para más claridad, una experiencia personal.
El sector azulejero de Castellón contaba en 1996 con 220 fábricas en un área geográfica que no abarcaba siquiera la extensión de la provincia. La producción conjunta de todas ellas era de unos 250 millones de metros cuadrados. Italia, primera potencia cerámica con una producción que doblaba a la española, 500 millones de metros cuadrados (China llegaba a los 900 millones de metros cuadrados pero no exportaba todavía), copaba gran parte de los mercados norteamericano, europeos y asiáticos. La clave estaba en el tipo de producto que españoles e italianos fabricaban. El azulejo italiano era muy superior en diseño y calidad y la relación calidad-precio más ajustada que la de nuestra producción.
Transcurridos apenas cinco años, las producciones se habían igualado en 600 millones de metros cuadrados, las fábricas españolas invirtieron grandes cantidades de dinero en tecnología, diseño y mejora de la calidad de sus productos, introduciendo, en especial, el porcelánico, cuyo mercado internacional correspondía por completo, hasta ese momento, a los italianos. Nuestras fábricas alcanzaron una media del sesenta y cinco por ciento de exportación y la demanda de mano de obra fue tan significativa que el sector llegó a emplear a mas de 25.000 personas entre directos e indirectos, muchos de ellos gaditanos.
No fue fruto de la casualidad: los bancos creyeron en el sector y aportaron los imprescindibles créditos, los empresarios invirtieron en tecnología, investigación, diseño, calidad y marketing y los empleados adquirieron la capacitación tecnológica imprescindible. La demanda creció hasta el punto de hacerse necesario el trabajo a tres turnos, incluso los fines de semana para algunas secciones productivas.
Llegamos, pues, a la conclusión de que es el mercado el que impone su ley y ganar mercado supone la conjunción de esfuerzos, desde el Gobierno, con una política impositiva razonable que no grave más de lo necesario la productividad; el imprescindible capital, haciéndose accesible; el empresariado, invirtiendo en investigación y desarrollo de sus empresas, aportando valor añadido a sus producciones; y los sindicatos, defendiendo los legítimos intereses de los trabajadores sin perder la perspectiva del interés común que no es otro que el éxito y la pervivencia de la empresa.
Así se salió de la crisis de 1993 y, si no es así, difícilmente saldremos de la que ahora nos agobia. Nada de eso se está haciendo.
Un dato más. El Foro Económico Mundial publica anualmente el Índice de Competitividad Global. España ocupaba el decimotercer puesto en 2004, subiendo al duodécimo al año siguiente, 2005. El año pasado, 2009, ya habíamos caído al lugar 29 y en el avance de 2010, nuestro país ya no figura entre los 30 más competitivos. Difícil situación, con tendencia a empeorar, si no se hacen las cosas correctamente.
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