La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
De poco un todo
TANTA polémica por el orden de los apellidos recuerda a los teros, esos pájaros de la pampa, "que en un lao pegan los gritos/ y en otros ponen los güevos", con un camuflaje basado en la escandalera. Aquí, del follón de los apellidos se ha gritado mucho, pero el quid de la reforma del Registro Civil está en otro lado.
Yo, que llevo por delante el apellido de mi abuela paterna, Máiquez, estoy completamente a favor, como es natural, de que no se discrimine a la mujer en esto tampoco. Ya no se hacía. Con acuerdo de los padres, se podía escoger el apellido materno y, una vez alcanzada la mayoría de edad, siempre. Quienes se andaban por las ramas más altas de su árbol genealógico en busca del apellido perdido parecían snobs, y no eran más que adelantados del feminismo. Esta polvareda es, por tanto, innecesaria y tonta. Claro que más tonto es el sistema propuesto para dirimir el conflicto. No es que el orden alfabético, como ha soltado alguno, privilegie "Aznar" o "Arenas" sobre "Zapatero" o "Zarrías". Lo tontísimo es que dinamita cualquier negociación, al darle a uno de los padres (el que tenga el apellido alfabéticamente preponderante) la certeza de salirse con la suya con tal de no avenirse a razones. Se ve la ignorancia que tienen nuestros gobernantes de las nociones más básicas de la negociación.
Un criterio menos malo es el cara o cruz. Aunque yo, conservador, preferiría el conservacionismo: que prevaleciese el apellido en peligro de extinción. Otra posibilidad sería un juicio salomónico: si no hay acuerdo, se le pone al bebé el nombre del funcionario. Los progenitores elegirían enseguida, seguro.
Pero estoy como los teros, despistando. La clave, como casi siempre, está en el libro. En este caso en el libro de familia, al que dan finiquito. Podría uno hacer literatura y preguntarse qué les molesta más, si el libro, por libro, o la familia o el escudo de España que campa en la portada. Sería una pregunta retórica. Les molesta sobre todo la familia, y esto es otro paso, pequeño, pero firme, en su contra. Este Gobierno ya ha dado muchos, y lo vemos venir.
Aunque tampoco leen demasiado ni tienen sensibilidad para los nombres. "Código Personal de Ciudadanía" recuerda alarmantemente a 1984, la novela profética de George Orwell. Además de a la "Educación para la Ciudadanía", la asignatura con la que esta maniobra está tan emparentada.
El ministro Caamaño ha reconocido, tan campante, que se quiere prescindir de la familia como institución entre el Estado y el individuo, como transmisora de identidad. Una persona sola está mucho más inerme frente al poder, y de eso se trata, en el fondo. Ante una maniobra de este calado, los apellidos y su orden son puro folclore. En realidad, cualquier apellido, en cualquier orden, significa la vinculación a una estirpe y a una tradición. Si les dejamos, acabarán llamándonos con un código de barras.
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