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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
DE POCO UN TODO
NUNCA he lamentado tanto que un nacionalista no tuviese, aunque fuese por una vez en su vida, un poco de razón, aunque fuese en un tanto por ciento. Pero qué va, éstos no dicen una verdad ni con rebajas. ¡Con lo bien que me hubiese venido no pagar impuestos, incluso nada más que en este noviembre, que ha llegado el desglose del 40 %, atacando por la espalda! Dan ganas de mandarle la cuenta a Puigcercós. Para que vea.
En lo psicológico, asombra que en los insultos se escondan siempre los deseos más íntimos del insultante, porque ¿qué podría gustar más a Puigcercós que no pagar algo? Pero no caigamos nosotros, por Dios, en la cultura de la queja. Aprovechemos la ocasión para desdeñar el lloriqueo de sesión continua, el agravio comparativo y tanta estrategia de ir dando pena, que, efectivamente, la da. Los señores hemos sido siempre espléndidos, con razón o, la mayoría de las veces, sin ella, y hemos asumido la envidia como un IVA moral, un impuesto añadido al valor. Recuérdese al hidalgo de El lazarillo de Tormes, que no permitía que su miseria se transparentase, y es el personaje mejor tratado de la novela. No hay en España hoy donde poner los ojos que no impere el antihidalgo, o sea, el pícaro, o peor aún, el que vive como un rey en la intimidad, pero en público muestra sus llagas, más que nada morales, por sacar unos céntimos o unos votos.
En cambio, Ramón Gaya en su Milagro español detecta que "todo el arte español parece aspirar a eso: a no hacerse, a valer -eso sí- sin necesidad de hacerse. […] El arte español aspira a no hacerse, no por pereza, sino por soberbia". Y saber vivir ¿no es otro arte más? Por eso hay algo tan incómodo y enseguida tan cansado en oír a uno presumiendo de cómo se gana la vida. Qué poco ángel. Fardar de trabajar mucho es como presumir de hacer la digestión; y fardar de pagar a Hacienda es ya algo incomprensible, verdaderamente; para lo que es más elegante no ponerse a buscar comparaciones.
Podríamos discutir con Puigcercós, y recordarle, como mínimo, que los impuestos son personales, si no ha olvidado qué es eso, y no regionales, pero para qué. Mejor sonreír con un cansancio manuelmachadiano, no entrar al trapo, pegarle media verónica y, si te oí, no me acuerdo. Yo aconsejaría a mis conciudadanos de Andalucía que, cuando nos acusen de señoritos o de pobres felices (que es mejor), de vivir del aire, de rumbosos, de despreocupados o de poco trabajadores, no les desengañemos demasiado, aunque podríamos. Empeñarse en desengañar al engañado satisfecho requiere un esfuerzo ímprobo, es inútil, no está pagado y no desgrava a Hacienda.
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