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SUPONGO que tendrán conocimiento de que en la Administración andaluza se han infiltrado células ultraderechistas y que miles de trabajadores públicos han caído en sus redes. Dicen que en algunas Delegaciones hay Jefes de Negociados que acuden a trabajar vestidos de requetés. Rumores sin confirmar apuntan que los funcionarios más beligerantes se reúnen al iniciar la jornada en torno a la máquina del café para cantar "Montañas Nevadas". Una vergüenza.
Esta revuelta antidemocrática congregó el pasado sábado en Sevilla a más de 40.000 empleados públicos. Una especie de Tea Party, pero con Cruzcampo, en plena Alameda de Hércules que, según Mar Moreno, lo único que pretendía era mostrar su hostilidad al gobierno andaluz con una "clara intencionalidad política". Manuel Pastrana, secretario general de UGT, un símbolo en la lucha por la independencia sindical, ha ido más allá, denunciando el peligro que suponen para la convivencia estos grupos violentos.
Vale, como homenaje póstumo a Berlanga todo este esperpento de declaraciones por parte del poder y sus palmeros no está mal, pero como análisis de la realidad de la función pública autonómica es manifiestamente mejorable.
Yo estuve allí: en mis 25 años de servicios en la Administración no recuerdo una protesta más libre, cívica y antipartidista por la dignidad de lo público, ese espacio común que, en palabras de Antonio Muñoz Molina, constituye "la única defensa de la inmensa mayoría contra los abusos de los saqueadores y de los corruptos".
Tristes tiempos estos en los que hay que recordar lo evidente: la independencia política del funcionariado como garantía de los ciudadanos ante las tropelías del poder, el acceso al empleo público por oposición y no a través de operaciones de blanqueo laboral que priman el nepotismo sobre el mérito y la capacidad. Cuestiones, en fin, que un gobierno que se autoproclama a diario progresista debería llevar en el ADN de su ideario político.
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