Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
De poco un todo
COMO si alguien se hubiese propuesto homenajear al difunto Leslie Nielsen, estrella de Aterriza como puedas, el caos se ha apoderado de nuestro espacio aéreo. De no ser por los más de 300 mil afectados directos, la situación tendría hasta su cosa de humor absurdo. El debate está y estará al rojo vivo sobre el reparto de responsabilidades, por supuesto.
La actitud de pie en pared y mundo por montera de los controladores ha sido excesiva. Por su parte, el Gobierno no ha pecado de excesiva prudencia dándoles con el decreto en la cabeza justo en el puente de la Constitución y de la Inmaculada, y sin tener formada aún (aunque tiempo hubo desde que empezaron las fricciones) una plantilla suficiente de nuevos controladores dóciles. El debate lo seguiremos con interés.
Mientras tanto, hay varios aspectos, tal vez los más importantes a largo plazo y a ancho espectro social, que ya pueden ser analizados. El primero, la posibilidad de que esta actitud de los controladores no sea un hecho aislado, sino el primer plante serio de un colectivo de trabajadores a las políticas del Gobierno. En los controladores confluyen una posición de fuerza y una gran libertad de los sindicatos más representativos, que llevan años poniendo paños calientes. Pero hay otros colectivos profesionales con gran capacidad de generar el caos (basureros o profesores, por poner sólo dos ejemplos) y el desprestigio de los sindicatos (pro-gubernamentales) crece a marchas forzadas. Mucho cuidado, pues. Si yo fuese el director de un periódico -de lo que nos libre Dios a mí y al hipotético periódico-, mandaría con carácter de urgencia un enviado especial a Grecia. Le pediría reportajes minuciosos sobre las condiciones de vida de los ciudadanos griegos tras la tumultuosa quiebra, el cuantioso rescate y las temibles algazaras que allí se producen. Para ir haciéndonos el cuerpo.
Otro hecho singular es la llamada del Gobierno socialista al Ejército, como un chaval llorica que acude al primo de Zumosol. Declarar el estado de alarma equivale a confesar el estado de nervios del Ejecutivo. Mi respeto y admiración por el Ejército español están fuera de toda duda, pero no me parecen actitudes nítidamente democráticas ni militarizar a unos funcionarios a golpe de decreto ni funcionarizar a los generales a las primeras de cambio. Resulta un índice inesperado de la impotencia política de negociar, primero, y de hacer cumplir la ley por medios estrictamente civiles. Otra prueba de que la democracia española está ideológica descompensada en su sistema de legitimidades es imaginar lo que hubiésemos tenido que oír de ser la derecha la que llamase a la puerta de los cuarteles.
Todo parece indicar que estamos ante un paso más en la descomposición de una política y hasta de un sistema. Más que un paso, un salto cualitativo. Y no digo vuelo, porque volar, volar, no vuela nada ahora en España.
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