Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
De poco un todo
PACO Sánchez, columnista de La Voz de Galicia, puso el dedo en la llaga (en una de ellas) de nuestro sistema. Ante los análisis sobre el Estado de Alarma decretado por el Gobierno, constataba la multitud heterogénea de hipótesis que tratan de encontrar una razón oculta a ese movimiento de Rubalcaba, y recalcaba González que no es un caso aislado. De un tiempo a esta parte, las teorías conspirativas se han disparado en todas direcciones. ¿El motivo? Se nos ha engañado ya tanto, que el pueblo soberano anda con la mosca detrás de la oreja. La mentira engendra desconfianza, suspicacias, suposiciones, rumores y recelos.
Lo más importante de las revelaciones de Wikileaks es que nos demuestran hasta qué punto la vida pública está, en efecto, descompuesta entre una fachada sonriente y comercial y una trastienda malediciente y, a veces, maloliente. Los secretitos descubiertos no son gran cosa, pero demuestran, como nos decían nuestras madres, muy mala educación.
Muy mala educación democrática, me refiero. Que el ejercicio del poder en los absolutismos y totalitarismos conlleve una buena dosis de secretismo es comprensible, pero aquí y ahora clama al cielo, o al menos, al celo democrático. Si nuestro régimen se basa en la capacidad de decisión de la nación en conjunto, que la gente ande en la luna de Valencia, completamente desinformada de lo que de verdad se cuece, socava los cimientos del sistema. ¿Cómo va a decidir correctamente sin conocimiento de causa?
En la economía, con la crisis ocurre lo mismo. Sospechamos que no nos cuentan todo lo que se sabe, que el maquillaje contable es colosal. En algunos casos los intentos de ocultamiento son muy burdos. El retraso de nuestra edad de jubilación está ya comprometido ante Europa, mientras que aquí, tanto los que nos gobiernan como los que se oponen y como los sindicatos, juegan a ponerse de perfil y a dar un pasito para adelante y otro para atrás para salir en la foto lo menos posible y moviéndose. Nadie quiere mirar a la verdad de frente fijamente.
En la Epístola moral a Fabio hay un verso inolvidable. Describiendo los horrores de la Corte, cuando el poeta trata de desengañar al joven Fabio, cuenta que allí uno acaba siendo "augur de los semblantes del privado", o sea, que uno vive tratando de adivinar qué trasluce la cara del poderoso, el más pequeño tic que revele lo que piensa y lo que puede pasar. Resulta asombroso comprobar que nos encontramos nosotros exactamente en las mismas, atendiendo más al lenguaje corporal y a los leves indicios de los rostros de los poderosos, por si adivinamos la que se nos viene encima, que a sus palabras y sus predicciones. Esas las oímos como quien oye llover.
Se multiplican las teorías conspirativas y puede que ninguna de ellas explique lo que está pasando. Bueno. Mucho peor es que tampoco lo hacen las versiones oficiales ni las declaraciones públicas.
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