La Rayuela
Lola Quero
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De poco un todo
SIMONE Weil avisa que la acción es sólo el puntero o el fiel de la balanza. Para que éste indique un cambio no hay que tocarlo ni, menos, doblarlo, sino cambiar los pesos. La importancia está siempre más abajo, nunca jamás en la superficie ni en las actuaciones directas y legales. Esta idea general puede aplicarse a la ampliación de la edad de jubilación que nos acaban de imponer.
Se comenta que el Estado lo hace para ahorrar. Que trabajaremos más y cobraremos menos. Que el problema es el descenso demográfico (tras años alabando el control de natalidad como la panacea universal). Que si no se empieza a crear empleo es pan para mañana y tortas para pasado. Que habrá que volver -advierten- a reformar. Que etc.
Todo eso está muy bien y es, por desgracia, poco discutible. No se habla apenas de los pesos pesados de las concepciones de fondo, que es donde está, según la sabia comparación de Simone Weil, lo que tiene el poder de cambiar las cosas de veras. Así, en una sociedad como la nuestra, donde se mira el esfuerzo con muy malos ojos (no al sueldo, naturalmente) y donde nos reímos del sacrificio, es muy lógico que la perspectiva de cotizar dos años más parezca una condena a trabajos forzados. ¿No habría que fomentar, antes de nada, la dignidad y la alegría del trabajo bien hecho?
Otra postura muy arraigada en la sociedad, y que va a chocar frontalmente con esta ampliación a los 67 es la paidomanía, o sea, la valoración obsesiva de los jóvenes. Julián Marías la llamó "juvenilismo", y explicaba que es una ideología muy desgraciada, pues, mientras que un socialista puede serlo hasta la muerte, o una feminista no deja de ser mujer, o un cristiano tiene toda la eternidad por delante, el juvenilista ve que su paraíso se va ajando a una velocidad de 60 segundos por minuto.
En el mundo empresarial y laboral (¡y político!), la paidomanía ha echado mano de las jubilaciones anticipadas y de las pensiones para aparcar a los mayores, dejando libres las cumbres de la pirámide jerárquica a los más jóvenes. Si ahora, por ley, se nos obliga a permanecer activos hasta los 67 años, ¿no se creerá un tapón que impida el acceso a los puestos de decisión a esos súper valorados jóvenes? Se me hace muy extraño (y resultará problemático jurídicamente) que se apee a los mayores de los altos cargos para relegarlos a otros de menos importancia.
No quedará más remedio que replantearse el juvenilismo… y jubilarlo. Habrá que valorar la edad de aquéllos a lo que se va obligar a trabajar más años, y sus aportaciones: la experiencia, la sensatez, cierta lentitud, la falta de agresividad… Lo que resulta contradictorio es poner a trabajar a los mismos que cultural y socialmente se desdeña o desprecia o, incluso, cosas peores. La eutanasia, de la que tanto se había venido hablando de un tiempo a esta parte, también tiene que ver con esto, aunque sea horrible verlo.
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