La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
CON nuestros índices de actividad industrial apuntando con sus pulgares hacia abajo, urge encontrar nuevos nichos de mercado. Un negocio con mucho futuro será hacer desaparecer una buena parte (la peor y, por tanto, la más abundante) de las obras de arte moderno. Los millonarios y las administraciones públicas que las han comprado empezarán a verlas como el timo de la estampita, y nadie querrá tener cerca la prueba de su esnobismo. Pero como las envergaduras de esas obras suelen ser considerables y sus materiales pesados, el esfuerzo por esfumarlas va a ser ímprobo.
Se podrán cobrar bien los servicios, por tanto. Para sus propietarios, perseguidos por la vergüenza y la culpa, el precio será lo de menos. Los puntos fuertes de la empresa han de ser la absoluta desaparición de aquellos engendros y su aprovechamiento en algo que calme la conciencia de sus torturados clientes. La defensa del medio ambiente, por ejemplo, matando así -con perdón- dos pájaros de un tiro.
Con esos enjambres de hierros retorcidos y esas figuras alegóricas de la paz, que la quitan, y de la libertad, que dan ganas de escapar corriendo, se podrían construir arrecifes artificiales, que protegiesen a los peces de las técnicas de pesca de arrastre. Se hundirían los bultos, y se esperaría a que el mar cubriese con un manto de misericordia y barro y algas las cosas ésas. Primero, los cangrejos, de tendencias progresistas, pues andan siempre mirando al futuro, se encontrarían como en casa en aquella nueva mole submarina. Cuando las algas hicieran su labor de adecentamiento, empezarían a llegar las medusas y los besugos. Una estrella de mar se posaría sobre un cuadro de Miró. Los pulpos se arrimarían a los relojes de Dalí. Las instalaciones más vanguardistas tendrían, por fin, mucho fondo. Pero no todo sería perfecto. Si no bonito, aquello quedaría curioso, y pronto descenderían los submarinistas, preguntándose, boquiabiertos, quién pudo comprar esto o aquello, ji, ji. Los millonarios exigirán más anonimato.
Mejor solución sería ir amontonando monumentos, junto a mobiliario de diseño de despacho de director general y otras partidas de los presupuestos de estos años, en medio de La Mancha, cubrirlos de una buena capa de compost y plantar encima numerosos alcornoques, que se hallarán en su hábitat. En poco tiempo, se podría crear una hermosa colina, y otra, y alguna montaña luego. Al conjunto, se le podría llamar Sierra Remordimiento.
(¿Les parece que exagero? Visiten, como penitencia por su escepticismo, la colección Sandretto Re Rebaudengo, que expone ahora la Fundación del Banco Santander. Y verán).
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