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DE POCO UN TODO
LOS aficionados a la literatura hemos dado un respingo al oír en las noticias el nombre de Lampedusa. De lejos, podría parecer un simple respingo de gato, pero es de Gatopardo. Lampedusa es como conocemos en la intimidad a Giuseppe Tomasi, duque de Palma de Montechiaro y príncipe de Lampedusa, autor de esa gran novelita, El Gatopardo, que según Pla es "un libro que se leerá siempre, porque si se compara esta novela (suponiendo que sea una novela) con las que suelen escribir los novelistas actuales, hay que reconocer que estos últimos son […] unos puros botarates".
Pero los informativos no abren con literatura, sino con dramas, como siempre. La pequeña isla de Lampedusa, de la que toma el título nuestro escritor, es la más cercana de Italia a las costas de Túnez, y a ella están llegando cientos de tunecinos que huyen de su revolución democrática y popular. Uno imagina la sonrisa amargo-irónico-melancólica que se le pondría a Giuseppe Tomasi con esta noticia
Parece que fue ayer (y fue ayer) cuando admirábamos las revoluciones de Túnez y de Egipto, y hoy nos sorprende el éxodo masivo de tunecinos, que su Policía va a empezar a reprimir a instancias de una alarmada Europa. Por su parte, los militares egipcios advierten seriamente que hay que poner punto final a las huelgas, que Mubarak ya se ha ido. El celebrado final de sus revoluciones ha sido sólo el principio de una historia que a ver cómo acaba. La realidad es lo que empieza cuando se marchan las cámaras.
"Mientras hay muerte hay esperanza", suspiró el príncipe de Salina, protagonista del Gatopardo. Decimos lo mismo en España ("Mientras hay vida, hay esperanza"), pero los italianos lo ven desde la otra orilla, lo que les da un optimismo aún más radical y chocante. Saben que sólo en la puerta del infierno campa este cartel: "Dejad toda esperanza, los que entráis". Se conoce que leen a Dante (el príncipe de Lampedusa, al menos, porque con Berlusconi mejor no preguntarse qué lee el hombre). Si atendemos ese sabio consejo principesco no deberíamos, por tanto, perder tan pronto la esperanza de una mejora real en ambos países, y en los que les sigan. Ni de que entre ellos se cuente Irán.
También escribió Lampedusa sobre las revoluciones en su breve obra. Dijo que es necesario que cambie todo para que nada cambie. Aquello se tomó como una muestra de correoso cinismo aristocrático. Hoy por hoy, los tunecinos lo verían como una muestra de increíble optimismo. Por lo visto, ellos piensan que todo va a cambiar a peor. Pero estaban tan mal que un cambio, aunque a peor, era preferible. Ojalá se equivoquen en sus presagios.
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