La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
Criticaba más y mejor a Zapatero cuando no lo hacía todo el mundo. Oh, dichosos tiempos de la primera legislatura, cuando podía batirme con fervorosos partidarios del zapaterismo. Entonces, siempre; y todavía ahora cuando escribo algo, aún queda algún recalcitrante que me acusa de tenerle ojeriza personal al presidente. Nada más falso. En todos estos años, no me he metido nunca jamás con su cejas, con su manera de vestir ni con su vida personal o familiar. Me ha dado lo mismo que sea de Valladolid y diga que es de León o al revés. He criticado, eso sí, su gestión y su ideología, y aún pienso que lo he hecho poco. Si las he llamado por su nombre, por el de Zapatero, es porque él era el líder, la cara en los carteles, el eslogan (ZP, ¿recuerdan?), el talante y hasta las razones para creer. Por eso, popularmente conocemos como zapaterismo esta mezcla de dogmatismo demagógico de izquierdas y gobierno desorientado, como se llamó felipismo a otra cosa (con resultados similares) o aznarismo a otra, diferente. Sin embargo, de golpe y porrazo son sus propios correligionarios los que tienen el mayor interés en personalizar a toda costa la crisis en Zapatero. En el PSOE, los llamados barones lo ven como un lastre y hacen cuanto pueden para sacudírselo de encima o, al menos, para sacudírselo de al lado de los carteles. A ellos sí que tendría que afearles alguien que personalicen tanto en el pobre hombre. Pero están muy interesados, como lo está el PSOE. Como lo estuvo quizá el PP tras Aznar, y el sistema en general con sus líderes de quita y pon. ¿Por qué? Pues por lo que venimos diciendo. Hoy la responsabilidad de nuestra tambaleante situación es de todos los que con sus votos y con la estructura de su partido, han aupado y mantenido a Zapatero; y de una ideología caduca en lo histórico, averiada en lo intelectual, retorcida en lo moral e inoperante en lo económico. Sin embargo, gracias a la personalización que estos modos de culto al líder permiten, ahora que todo se derrumba, el partido y, por ende, su doctrina y, por extensión, el mismo sistema, pueden salvar la cara con un coste mínimo: la defenestración de Zapatero. Éste funciona, por tanto, como un envase desechable, mientras que el resto se recicla. Conviene mucho no caer en la trampa, pues el problema de verdad no está en el envase, sino en lo que contiene. En las sociedades primitivas, ese papel de víctimas propiciatorias lo hacían los reyes. La monarquía constitucional ha conseguido lavarse las manos y, haciendo como una concesión, se ha acomodado en una confortable irresponsabilidad jurídica y política. El papel ambivalente de catalizador de entusiasmos y de culpable universal ha recaído en los líderes de los partidos políticos. El último desengaño con ZP podría ser que lo considerásemos el único culpable de toda esta crisis. No sería la menos dañina de las maniobras del PSOE.
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