Con la venia
Fernando Santiago
Quitapelusas
DE POCO UN TODO
SE ha hablado sin cesar de la inexorable caducidad del artículo periodístico. González-Ruano le sacó mucho caldo a aquella imagen de que su artículo de hoy serviría mañana para envolver pescado. Nosotros lo leemos medio siglo después y nuestra propia lectura contradice, aunque no caigamos en la cuenta, la imagen de la merluza fresca empapando el papel del periódico.
No se ha dicho, me parece, que aún caducan antes los artículos no escritos. Las ideas y las metáforas podrían pintarse, como la ocasión, calvas. Si nos se las coge al vuelo por el flequillo, se escapan para siempre.
De vuelos, precisamente, habría querido yo hablar. Todos los años me invitan a la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid a dar unas clases sobre literatura. Vuelvo en el último avión del día. Llevaba años impresionado por el ambiente de derrota que se respiraba allí. La mayoría de los pasajeros eran ejecutivos que habían ido a negociar algo. Volvían derrengados, con las chaquetas arrugadas, las faldas, en su caso, descolocadas, la pinta sudorosa y los ojos vidriosos. Trataban de dormir, con las luces apagadas, en un silencio sepulcral. Pensaba yo entonces escribir un artículo sobre lo duro que es ganarse la vida, una variable de la naturaleza, donde el pez grande engulle al chico, o de la guerra. Que los ejecutivos lean tanto El arte de la guerra de Sun-Tzu, se entendía en toda su crudeza en aquel vuelo en que venían con las cabezas inclinadas, casi como si se las hubiesen cortado de un tajo.
Hubiera citado a René Girard, ese antropólogo que leemos poco y que es imprescindible. En su ensayo sobre Clausewitz insiste mucho en que la vida económica se rige por las crisis miméticas y las rivalidades en espiral.
Pero como yo también llegaba derrengado (la poesía es más dura de lo que parece), al día siguiente no tenía cuerpo para escribir de asuntos tan graves, y los dejaba para el año siguiente. Hasta que este año me he dado cuenta de que los ejecutivos se han volatizado. El avión sólo traía turistas. Los empresarios, ¿qué se hicieron?
La crisis, el tiburón más grande, se los habrá ido comiendo a todos. Cuando lo he contado, enseguida el interlocutor añadía otra experiencia suya de cómo la situación económica está desolando el paisaje: hoteles fantasmales, moteros escasos, oposiciones multitudinarias, supermercados apáticos, etc.
Entre tanto paro, negocio interrumpido, ilusión chamuscada y local cerrado, quiero colocar humildemente este no artículo que hubiese sido bonito, pero que hoy por hoy, además de imposible, es triste, sintomático, nostálgico y ceniciento. Otra oportunidad perdida.
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