Enrique García-Máiquez /

La triple guadaña

de poco un todo

15 de mayo 2011 - 01:00

LA teoría es partidaria de evitar la doble imposición fiscal, pero la práctica la practica sin parar. Después del pago escrupuloso del IRPF, con lo que queda, al consumir, apoquinamos de nuevo por vía indirecta. Si a pesar de todo, reunimos cierto patrimonio, caerá sobre él otro impuesto; y otro, cuando lo vendamos o cuando, tras larga y trabajada vida, lo dejemos a nuestros hijos. El asedio es exhaustivo, implacable, constante, creciente.

Más injusto aún me parece lo que un amigo llama (con un nombre que delata su estado de ánimo) la triple guadaña. Siendo menos tétricos podríamos hablar de tres cuchillas, como esas máquinas de afeitar que aseguran el apurado más perfecto (los apurados aquí son nuestros bolsillos). La primera cuchilla o guadaña serían los impuestos propiamente dichos que enumerábamos en el primer párrafo. Podrían parecer suficientes.

La segunda, sin embargo, viene enseguida, y consiste en la denegación de ayudas, becas o subvenciones a aquellos que declaren cierta cantidad en el IRPF. Los que están sosteniendo el sistema no tienen derecho a apoyarse en él. Puede tener la lógica de evitar la ineficacia de que el dinero que se saca de un bolsillo pase -tras pasar por varias manos- al mismo, pero también parece injusto negar los beneficios públicos a los que los hacen posibles. Que el mérito personal se convirtiese en el criterio para acceder a becas y subvenciones sería una buena medida correctora, que corregiría, de paso, la esterilizadora tendencia a la mediocridad.

La tercera cuchilla consiste en la mejorable calidad de algunos servicios públicos. La clase media, que paga el grueso de los impuestos y no accede a las ayudas, en la medida de las pocas posibilidades que le van quedando, trata de acudir a la medicina privada para evitar listas de espera, o a colegios privados, o a fondos de pensiones, porque el futuro lo ve negro, o ha de contratar seguridad privada. Sé que ahora habrá quien replique, airado, que lo paguen si lo quieren, pero ganamos poco coartando, satisfechos, la libertad de los demás. Lo que tendría que preocuparnos es que la parte de la población que paga y vuelve a pagar, pague hasta el pato. Y vuelva a pagar, si aún puede, por aspirar a un margen de libertad en asuntos esenciales como la salud, la seguridad o la educación. Los fondos de pensiones, con su bonificación fiscal, nos indican una forma de armonizar todos los intereses y derechos. El cheque escolar, que daría a los padres cierto respiro económico y más posibilidades de llevar a sus hijos al colegio deseado, es un asunto de estricta justicia que estamos tardando demasiado en plantear seriamente. Introduciendo una sana competencia, contribuiría, además, a mejorar el sistema público de enseñanza, que es una emergencia nacional. Otra es nuestro paupérrimo índice de natalidad, que aumentaría si se apoyase un poco más a las familias.

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