"El médico nos dijo: han quedado tres con vida; dadles el tiro de gracia"

80º aniversario de los sucesos de casas viejas

Guardias civiles y de asalto y vecinos testigos de la matanza de Casas Viejas declararon ante el juez en 1933 y reconstruyeron lo ocurrido en el pueblo los días 11 y 12 de enero

Tano Ramos /Cádiz

12 de enero 2013 - 05:01

La mañana del 11 de enero de 1933, los anarquistas de Casas Viejas secundaron una huelga revolucionaria convocada por la CNT y atacaron el cuartel de la Guardia Civil. Hirieron mortalmente (fallecieron después) a dos de los cuatro agentes destinados allí. A mediodía llegaron unos guardias civiles desde Medina en auxilio de sus compañeros. Mataron a un vecino. Por la tarde, llegó otro grupo de guardias. La revuelta quedó sofocada. Pero de pronto todo comenzó a torcerse. Horas después era incendiada la choza de la familia Seisdedos y luego, al amanecer del día 12, moría tiroteado un anciano y eran asesinados doce hombres detenidos en sus casas. El balance de víctimas mortales: 22 vecinos y 3 guardias. Los testimonios ante el juez de guardias de asalto y civiles y de vecinos de Casas Viejas (declaraciones que el año pasado sacó a la luz el libro El caso Casas Viejas) permiten asomarse desde una posición excepcional a los Sucesos. A lo que ocurrió en uno de los episodios de la Segunda República más tergiversados y usados contra Manuel Azaña y contra la República.



Gregorio Fernández Artal, teniente de asalto. El 11 de enero me encontraba en San Fernando y recibí una orden del gobernador civil de la provincia de Cádiz: que me trasladase a Casas Viejas a socorrer a la Guardia Civil de ese pueblo, que se hallaba comprometida. Me dijo: "Meta al pueblo en cintura como sea y cuando me avise, que sea diciéndome que el pueblo ha entrado en reacción". Al mando de cuatro guardias civiles y de doce de asalto, a las cinco de la tarde di vista en Casas Viejas. Pero nada que no fuese ver cortada la carretera daba idea de lo que allí sucedía. Guardias civiles de no sé qué pueblo habían llegado antes que yo en auxilio de sus compañeros. Me identifiqué con ellos por medio del silbato y sin un solo tiro entramos en el pueblo. Me pusieron al tanto de la situación. [Los dos guardias civiles heridos en el asalto al cuartel, Román García Chueca y el sargento Manuel García Álvarez, que fallecen después, son enviados a Cádiz]. Y luego fuimos a detener a un vecino del pueblo al que los guardias habían visto disparando contra el cuartel [a Manuel Quijada]. Se encontraba en su domicilio, calentándose ante un brasero. Le propinamos unos cuantos palos y al momento confesó que sí, que él había estado disparando.

Encarnación Barberán, 21 años, viuda de Manuel Quijada. Los guardias de asalto golpearon a mi difunto. Yo protestaba...

Artal. Quijada confesó también que había guardado su escopeta en casa de un cuñado [Luis Barberán]. Lo detuvimos, lo esposamos y fuimos con él hacia esa casa en busca del arma.

Encarnación. Quise ir con mi marido al llevárselo los guardias, pero uno de ellos me lo impidió. Me dio un vergajazo y me amenazó con su pistola.

Isabel Romero Vera, 33 años, esposa de Luis Barberán. Por la tarde se presentaron los guardias a registrar nuestra casa. Buscaban una escopeta que Quijada había traído horas antes. A mi marido se lo llevaron también detenido. El Quijada iba ensangrentado.

Fidel Madras, guardia de asalto. A ese individuo [Quijada] lo utilizó el oficial [Artal] para que señalara dónde habitaban más individuos de ideas avanzadas...

Artal. Los guardias civiles de Casas Viejas también habían visto a otros dos vecinos disparando contra el cuartel: eran dos hermanos [Perico y Paco]. Guiados por los detenidos [Quijada y Luis Barberán] fuimos a buscarlos a su casa, a la que llamaban la de Seisdedos.

Manuel García Franco, 13 años. El día 11 estaba en mi casa con mi abuelo, Seisdedos, mis tíos Perico y Paco, mi madre [Josefa Franco] y la de Casares [Manuela Lago Estudillo]. Al caer el día llegó también el Zorrito [Jerónimo Silva]. Entró en la casa y estaban allí todos reunidos [estaban también Francisco García Franco, hermano de Manuel, y María Silva, la Libertaria]. Hablaban de lo que harían aquella noche: que resistirían si eran atacados, y que no se entregarían. Dentro de la casa había escopetas y municiones. Eran de mis tíos, que eran cazadores.

Fidel Madras. ...uno de los individuos a los que conducíamos [Quijada] señaló una casa. Y entonces huyó y entró en esa casa...

Manuel. Al anochecer llegó un pelotón de guardias de asalto entre los que iba un guardia civil de Casas Viejas. Llevaban esposado a Quijada y venían dándole golpes. En estas, Quijada dio un salto y entró dentro de la casa todo atemorizado. Se metió debajo de la cama y allí se quedó toda la noche. Entonces los guardias de asalto intentaron entrar en la casa...

Madras. El oficial [Artal] ordenó coger al que había escapado. Y entramos en la casa mi compañero [Martín Díez Sebastián] y yo.

Manuel. Mi tío Perico disparó y mató al guardia que estaba en la puerta.

Madras. Nos dispararon. Mi compañero quedó dentro de la casa, muerto. Yo estaba herido. Salí y me parapeté en el corral, tras unos muros.

Manuel. Entonces los guardias se replegaron y comenzaron el asedio de la choza. [Ocultos en la oscuridad, varios vecinos ayudaban a los de la choza y disparaban contra los guardias. Hirieron a varios, a uno en la cara].

20.30 horas. Telefonema de Artal a Cádiz, al gobernador civil. [Primero relata que han matado a un guardia de asalto y que no sabe de otro] Para el asalto de la casa me urgen granadas de mano, para evitar víctimas, pues el incendiar la casa supondría que se incendiase medio pueblo. Espero órdenes. Fuerza aquí: guardias civiles 25, de asalto 12. No se necesita más fuerza. El pueblo tranquilo, salvo la casa indicada en la que no se sabe cuántos puede haber, siguiendo cercada. Paisanos muertos uno, heridos dos.

Artal. Nos enviaron granadas y una ametralladora e inicié un nuevo ataque a la casa. [La mayoría de los hombres del pueblo habían escapado al monte. Los que defendían la choza lo hicieron también al oír la ametralladora].

Manuel. Los guardias disparaban toda clase de armas y bombas contra nuestra casa.

Artal. Al llegar junto a la tapia de la choza, lancé la primera granada. No explotó. Lancé la segunda, explotó, y en ese momento, el guardia Madras, que no había dado señales de vida, me llamó por mi nombre. "Teniente Artal, no tire usted más granadas, que me va usted a matar". Entonces detuve el ataque y decidí mantener más estrechado el cerco de la casa y esperar a que amaneciese.

Arturo Menéndez, director general de Seguridad. El día 11, primero recibí noticias imprecisas. Y luego, que el pueblo estaba en franca rebeldía, que la fuerza que estaba en Casas Viejas se veía impotente para dominar la sublevación... Llamé a Jerez, al capitán Manuel Rojas [que había llegado de Madrid ese mismo día]. Le dije: vas a requisar dos camiones y con cuarenta hombres y con todo el material de guerra que tengas vas a salir inmediatamente hacia Casas Viejas. Tan pronto llegues, tomas el mando de toda la fuerza. Es necesario que domines la situación y termines la resistencia en quince minutos. Contra todo el que hostilice o haga resistencia, haces fuego sin piedad. Si para dominar la casa de Seisdedos te ves obligado a quemarla, la quemas.

Artal. A las doce de la noche oímos unos silbatos. Era el capitán don Manuel Rojas. Le di las novedades y le expliqué por qué no había incendiado la casa, que podía arder medio pueblo. Pues lo vamos a hacer, me dijo. Y añadió: "Traigo órdenes de Menéndez de aplicar la ley de fugas a todo el que coja". Le dije: eso no se puede hacer y no se hace. Me respondió que eso ya lo vería él, que a mí no me tocaba más que obedecer.

Manuel Rojas, capitán de la Guardia de Asalto. El teniente de la Guardia Civil [Castrillón] juzgaba la situación muy pesimista... Artal decía que sería imposible tomar la casa. Tuve que llamarle la atención. Al final, tras darme sus opiniones, todos los oficiales se pusieron incondicionalmente a mi mando. Hay que tomar la casa, ordené.

Artal. En vista de ello, seguimos haciendo fuego contra la choza.

Manuel. Antes de arder la casa, ya habían muerto mi abuelo y mi tío Perico.

Llega a Casas Viejas un telegrama del gobernador civil de Cádiz. "Es orden terminante ministro arrasen casa donde se hacen fuertes revoltosos".

Rojas. Como no había manera de tomarla, decidí quemar la casa. Usamos piedras envueltas en algodones impregnados de gasolina. Encendidos, los arrojamos sobre el tejado [de vegetal] de la casa.

Manuel. Cuando comenzó a arder la casa, a eso de las tres de la madrugada, huí. Al salir vi en el corral a un guardia [a Madras]. Al verme, me dijo: corra, corra. Otros guardias decían: no tiréis, que es un niño. Gané el callejón y pude escapar por los huertos. [Huyó, del mismo modo, la Libertaria].

Rojas. Artal tenía la ametralladora a su cargo. Al empezar a arder la casa, arreció más el fuego de la ametralladora y los disparos mataron a un hombre y a una mujer [a Francisco y a Manuela] que trataban de escapar.

Artal. Hice fuego contra los que salían pero no podía distinguir si eran hombres o mujeres. Creí que salían para combatir. Si llego a saber que se rendían, y que había una mujer, no hubiese disparado.

Rojas. Tras disparar a los que escapaban de la casa, Artal bajó desde donde habíamos instalado la ametralladora todo excitado, dando gritos y saltos. Tuve que llamarle la atención de nuevo.

Artal. Ardió la choza. Ya no volvió a oírse disparo alguno contra los guardias. [Los otros ocupantes de la choza y el guardia Martín Díaz ardieron allí dentro. El guardia Madras pudo salir del corral y, herido, fue enviado a Cádiz].

Rojas. La situación quedó dominada. Ordené a mis hombres que fuesen a descansar porque estaban agotados.

Artal. Tomamos café y esperamos que llegase el nuevo día.

Antonio Suffo Ramos, médico de Cádiz. Los oficiales y los guardias estaban perfectamente serenos y dueños de sí. Los guardias de asalto bebieron tres o cuatro botellas de cerveza.

Rojas. En esas horas estuve meditando sobre el estado de rebeldía en que se encontraba el pueblo. Después de reflexionarlo mucho, pensé que sería un medio de conjurar la situación cumplir fielmente las órdenes que me había dado Menéndez al salir de Madrid. Ése fue el motivo que me llevó a hacer detenidos y a fusilarlos. Pensé que si no daba un escarmiento rápido y ejemplar, los revoltosos podían poner en peligro no sólo al Gobierno sino a la misma República.

Artal. Transcurrirían como unas cuatro horas. Entonces el capitán Rojas ordenó efectuar registros en las casas de la parte alta del pueblo, llamar en todas las casas sin distinción y detener a todos los que encontrásemos en ellas.

Suffo. Que iba a hacer registros y detenciones lo dijo Rojas en la fonda del pueblo. Yo estaba allí y lo oí. También estaban Arrigunaga, los médicos Ortiz y Hurtado, Luis Gessa (secretario del gobernador civil), Bascuñana (alcalde pedáneo del pueblo) y unos paisanos.

Rojas. Al amanecer, ordené registrar las casas de los vecinos más significativos en el movimiento revolucionario, según las indicaciones que diese un guardia civil que creo que era del pueblo. Les dije a los guardias que se cargasen a los que detuviesen.

Artal. Rojas no ordenó aplicar la ley de fugas a cada detenido. Si lo hubiese ordenado, yo no lo hubiese hecho ni aun a costa de perder mi carrera. Los registros de las casas no los hicimos con indicaciones de la Guardia Civil ni de nadie. Entrábamos en todas las casas que encontrábamos al paso. Deteníamos a todos los que estaban en ellas. Rojas ordenó que disparásemos a la puerta si no abrían.

Catalina Silva González, 33 años. Viuda de Juan Galindo. Por la noche nos refugiamos en casa de mi madre. Cuando ya había sol, en la mañana del día 12, llegaron guardias civiles y de asalto, dispararon a la puerta y luego entraron, apuntando con sus armas. Se llevaron a mi marido. Dijeron que era para tomarle declaración. También se llevaron a mi hermano, Juan Silva. Recuerdo que Juan le dijo al guardia civil Salvo [de Casas Viejas]: tú sabes que somos personas honradas.

Juana Gutiérrez Rodríguez, vecina del anciano Antonio Barberán Castellet. Llegaron los guardias y oí cómo le decían a Barberán que se fuese con ellos. Él contestó que no era hombre de ideas, que no le disparasen, que no había salido en toda la noche. Enseguida sonaron disparos y oí el ruido de un cuerpo que cae. El niño gritaba: no matéis a mi abuelo.

Salvador del Río Barberán, 13 años, nieto de Barberán. Eran como las ocho. Mi abuelo dijo: voy a ver si está ya es sol fuera. Abrió la puerta, oí voces, "¡fuera, fuera!", y sonaron unos disparos. Las balas atravesaron la puerta. Mataron a mi abuelo.

Isabel Montiano Cabezas, 52 años, madre de Balbino Zumaquero. A eso del amanecer se presentó un grupo de guardias de asalto. Venían también dos guardias civiles que no conocía. Se llevaron a mi hijo y a mi sobrino Andrés Montiano. Dijeron que iban a tomarles declaración. Me abracé a mi hijo, les pedía que no se lo llevaran... Me amenazaron.

Dolores Benítez Sánchez, 48 años, madre de Manuel y Juan García Benítez. A eso de salir el sol se presentaron en casa unos guardias de asalto. No vi a ningún guardia civil. Exigieron a mis hijos que levantaran las manos y se los llevaron. Dijeron que iban a tomarles declaración

José Rodríguez Calvente, 66 años. Mi casa es contigua a la de Seisdedos. Por la noche, cuando los guardias tiraron algodones prendidos, mi casa empezó a arder. Mi mujer y yo huimos y nos refugiamos en casa de Salvador Barberán. Al amanecer llegó un grupo de guardias de asalto y con ellos venían los guardias civiles Salvo y Juan Gutiérrez. Nos obligaron a salir y vimos a otros detenidos.

Artal. Entre los detenidos había un hombre que se quejaba continuamente de fuertes dolores. Le pregunté al guardia civil Salvo qué tal clase de persona era. Salvo dijo que era buena persona y entonces lo puse en libertad, lo mandé a su casa escoltado por una pareja de asalto. Pero luego Rojas me pidió explicaciones y le contesté que la Guardia Civil del pueblo había respondido por él, que era una buena persona. Rojas me dijo que yo no era nadie para soltar a nadie sin autorizarlo él y ordenó detener de nuevo a aquel hombre.

Constantino Burgos Morán, cabo de asalto. Yo iba en la patrulla del teniente Sancho. Nosotros detuvimos a cinco o seis. Los demás, otros tantos. El capitán Rojas dijo que reuniésemos a los detenidos y dio orden de ir hacia la casa de Seisdedos.

Cayetano García Castrillón, teniente de la Guardia Civil. Fue entonces cuando sentí que iban a hacer un escarmiento. Me fui en busca del delegado del gobernador [Arrigunaga] y le estuve diciendo que aquello era una vergüenza. Le insté repetidas veces a que no permitiera aquel atropello. Me respondió que él no tenía autoridad para impedirlo.

Sancho Álvarez Rubio, teniente de asalto. [Los guardias y los detenidos llegaron a la choza de Seisdedos] Rojas hizo bajar a los detenidos a la corraleta.

Artal. Cuando ya habían entrado todos menos dos, Rojas disparó su pistola sobre ellos dos o tres veces al tiempo que ordenaba hacer fuego. Sonó una descarga. Luego, Rojas notó la presencia de los otros dos. Los empujó, los metió dentro y ordenó disparar de nuevo.

Salvador Barberán Romero. Íbamos detenidos. Al llegar a la casa de Seisdedos vimos que a Zumaquero y a Manuel García Benítez los empujaban a la corraleta y les pegaban unos cuantos tiros.

Juan Gutiérrez, guardia civil. Llevábamos detenidos a Salvador y a Calvente y vimos cómo metían a los otros detenidos a culatazos en la corraleta y les disparaban.

Salvador. En esas, el Rodríguez [Calvente] y yo retrocedimos y nos fuimos a mi casa. El guardia Gutiérrez había desaparecido.

Juan Gutiérrez. Al ver cómo mataban a los detenidos, me retiré de allí. Seguramente de esa forma desapercibida fue como escaparon el Salvador Barberán y el otro.

Calvente. Entonces, en un descuido, el guardia Gutiérrez nos aconsejó que volviéramos para casa.

Luis Menéndez Álvarez, guardia de asalto. Vimos cómo mataban a los detenidos. Llevábamos a dos detenidos, un guardia civil [Juan Gutiérrez] y yo. El guardia civil me dijo que eran buenas personas y los dejamos que se fuesen.

Castrillón. Yo estaba con el delegado del gobernador en la parte de abajo del pueblo. Oímos unos disparos y comprendí que habían consumado el escarmiento.

María Fernández Expósito, 15 años, hermana de Cristóbal. Cuando oí una descarga y gritos, corrí a la casa de Seisdedos. Mi hermano estaba muerto en la corraleta, sobre el cadáver de Juan Galindo y otros muchos más. Entré un momento a verlo y los guardias de asalto me encañonaron y me dijeron que me fuera de allí

Sancho. Me sorprendió la escena. Me quedé sobrecogido. Yo no había oído decir al capitán que los detenidos serían fusilados o que se les iba a aplicar la ley de fugas.

Rojas. Todos los presentes, los oficiales de la Guardia Civil, los de Asalto y el delegado del gobernador, y sobre todo la tropa, me felicitaron y me dijeron que así era como se acababa con aquellas cosas.

Artal. Los guardias gritaron: "¡Viva nuestro capitán!".

Rojas. Yo estaba consternado. Me limité a decir que había cumplido con lo que me habían ordenado.

Artal. Me sorprendió la frialdad con la que Rojas disparó y ordenó disparar. Al momento de haber dado muerte a los detenidos, me entregó un mechero y me encargó que le prendiese fuego a las casas contiguas a la incendiada de Seisdedos. Me negué. Le dije que en las casas sólo quedaban mujeres y niños. Pero reiteró la orden. Entonces pedí ayuda al delegado del gobernador.

Fernando de Arrigunaga y Martín Barbadillo, delegado del gobernador civil. Rojas quería rociar el pueblo con gasolina. El teniente Artal y yo le suplicamos que no lo hiciese, que había niños y mujeres y que sería un problema horroroso.

Artal. El delegado del gobernador hizo desistir al capitán. Rojas me pidió el mechero y me dijo que ya no incendiase las casas.

Isabel Montiano. Había oído una descarga y como otras vecinas, fui a ver lo que era. Presentía lo que había ocurrido. Al llegar a la corraleta de Seisdedos vi que mi sobrino y mi hijo y otros muchos estaban muertos a tiros. [En la corraleta estaban amontonados unos sobre otros, los cuerpos acribillados de los 12 vecinos de Casas Viejas fusilados: Fernando Lago Gutiérrez, Juan Villanueva Garcés, Juan García Benítez, Manuel García Benítez, José Utrera Toro, Manuel Benítez Sánchez, Juan Galindo González, Manuel Pinto González, Andrés Montiano Cruz, Cristóbal Fernández Expósito, Juan Silva González y Balbino Zumaquero Montiano. También estaban allí los cadáveres de Manuela Lago y Francisco García Franco]

Leovigildo Ordóñez, guardia de asalto. El médico De la Villa [Antonio Verdes de la Villa, de la Guardia de Asalto] me dijo que uno de los caídos se movía, que le disparase el tiro de gracia. A mí me repugnó y me escurrí por detrás del médico.

Castrillón. Rojas llegó a la plaza del pueblo y nos dijo a media voz, entre dientes, que habían tenido que disparar contra unos que intentaban escapar o resistirse.

Joaquín Tolosana Pueyo, guardia de asalto. Yo estaba vigilando una calle, a unos quince metros de la choza de Seisdedos. Desde allí había visto cómo mis compañeros disparaban contra los detenidos. Después, cuando íbamos todos los guardias camino de la plaza, el médico De la Villa nos dijo a otro guardia y a mí: "Han quedado dos o tres aún con vida. Volved y dadles el tiro de gracia". Volvimos y el otro guardia disparó. Yo no tuve valor para hacerlo.

Federico Ortiz Villaumbrales, médico de Casas Viejas. Fui a la corraleta de Seisdedos y vi un montón de cadáveres en distintas posiciones, casi todos boca abajo. Yo había estado allí media hora antes, a poco de amanecer, y sólo había dos cadáveres: el de una muchacha y el de un joven [Manuela Lago y Francisco García Franco]. Observé que la muchacha mostraba un tiro en la cabeza que no tenía antes. Le pregunté a un guardia de asalto que cómo es que había allí tantos cadáveres si una hora antes no había más que dos. El guardia me contestó con imprecisión que era que venían por allí y les disparaban y caían dentro de la corraleta... Yo pensé en cambio que a aquellos hombres los habían matado allí, en la corraleta, porque dentro había un gran charco de sangre y no había regueros de sangre en las calles que conducían a las casas de los que estaban allí muertos. Tampoco había restos de sangre en los barrios altos del pueblo.

Ordóñez. En la plaza, el capitán ordenó formar. Un señor vestido de paisano nos echó un discurso.

Arrigunaga. El capitán Rojas me dijo que habían ordenado de Cádiz que diese las gracias a las fuerzas por la represión. Fui breve. Pedí un minuto de silencio por los muertos y terminamos con vivas a España y a la República.

José Belda Serrano, guardia de asalto. Al subir a los camiones para marchar, varios guardias comentaron que habían detenido a unos vecinos, los habían llevado a la corraleta en la que estaba el cadáver del compañero [Martín Díez] y que allí los habían matado.

Artal. Tras la arenga, Rojas ordenó que montásemos en los camiones para irnos. Pero entonces me reuní con los tenientes Castrillón y Sancho, allí, en la misma plaza, y le dijimos al capitán que estábamos disconformes con lo que acababa de hacerse. Al ver que nos marchábamos todos, Castrillón le dijo, además, que él no podía quedarse allí con 20 guardias civiles. Que lo dejaba con el grave apuro del montón de cadáveres en la casa del Seisdedos. Que eso podía provocar una nueva sublevación en el pueblo y él no tendría suficientes guardias para hacerle frente. Le dijo a Rojas que iba a poner un telegrama al gobernador... Rojas aceptó entonces dejar allí a veinticinco guardias de asalto.

Federico Ortiz. Al despedirse de mí y de Bascuñana, el alcalde pedáneo, el capitán Rojas nos dijo: "Doctor y alcalde, pedid que no suene un tiro más en la aldea, pues tengo orden de razziar todo el pueblo".

Rojas. Al salir de Casas Viejas, la gente nos vitoreaba.

[Al día siguiente, 13 de enero de 1933, varios médicos, entre ellos Federico Ortiz Villaumbrales y Antonio Verdes de la Villa, practicaron las autopsias en el cementerio de Casas Viejas. Pese a que sabían lo que había sucedido en la corraleta de Seisdedos, pese a la cantidad de balazos que mostraba cada cadáver, escribieron en su informe que esos hombres habían muerto combatiendo].

Autopsia a Fernando Lago. Presenta cuatro heridas: una con orificio de entrada por el tercio inferior de la pierna derecha, otra en la cara anterior del tercio superior del muslo izquierdo, otra en la región glútea y otra en la cara anterior de la región costal. Conclusiones. Primera: este individuo en lucha con la fuerza pública y de frente a ella recibió las heridas mencionadas.

Autopsia a Manuel García Benítez. Presenta una herida en la cara anterior del cuello, otra en la pared anterior del abdomen y otra en la pared anterior izquierda del abdomen. Este individuo en la lucha con las fuerzas y de frente a ellas recibió las heridas, siendo todas graves.

[En virtud de lo que disponía la ley y según el arancel vigente, cada médico cobró por las autopsias 200 pesetas y cada uno le entregó 25 al practicante, explicó Verdes de la Villa en marzo de 1933].

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