Un asesino en mi cama

Galería del crimen

Detrás de cada muerte de violencia machista existe un nombre de mujer. Éste es el recuerdo de nueve nombres l En los últimos cinco años han muerto 338 mujeres a manos de sus parejas

Un asesino en mi cama
Un asesino en mi cama

27 de diciembre 2008 - 05:01

HAY nombres de mujer que sólo aparecen una vez en los medios de comunicación: cuando son asesinadas por su pareja. Son muertes que acaban convirtiéndose en una estadística, en un doloroso número que hace crecer el balance anual. Margarita Cavilla, de 52 años, llevaba una vida tranquila con su marido Antonio y su caniche Blaky en el sexto piso de un bloque de Segunda Aguada, en Cádiz. El tercer día de marzo de 1996 algo sucedió en el apacible domicilio. Antonio está correteando al caniche. Grita él, grita ella. La vecina de enfrente observa a Antonio ir de un lado a otro. En una de esas idas y venidas lleva el pecho manchado de algo oscuro. Ya no se oye ladrar a Blaki. El negocio de antigüedades de Antonio no abre en todo el día. El vecindario recela. LLega la Policía y derriba la puerta. Margarita está sentada en el salón, maniatada con cinta de embalaje, cosida a puñaladas. Antonio está tumbado en la cama del dormitorio, muerto, atiborrado de barbitúricos. En otra habitación, el cadáver de Blaki, con el cuello cortado.

María Sierra García, profesora de instituto, estaba casada con un profesor de matemáticas que caminaba mirando al suelo. El día antes de que fuera asesinada se le vio paseando por Rota con él; él con gesto ausente. La noche del 24 de febrero del 98 él levantó la cabeza y se hizo presente delante de las dos hijas de ambos para golpear a María y, posteriormente, cortarle el cuello. Y allí se quedó, en el suelo, aferrado a ella sobre el charco de sangre, abrazándola. El, con un largo historial de trastornos psicológicos, moriría horas después de un infarto.

Concepción Sabao, de 67 años , vendedora de cupones de San Fernando, jubilada, murió en la noche de San Juan de 1999. Su marido le asestó once puñaladas durante una discusión que sacó a todo el vecindario de sus casas. Durante el apuñalamiento el asesino rompió la hoja de tres cuchillos, hasta que un cuarto, uno jamonero, fue decisivo. Posteriormente, el marido se clavó a la altura del pecho el jamonero. Sólo se hizo una herida superficial. No siguió intentándolo.

Eloísa Raimundo, de 50 años, yacía en la cama de su domicilio de Villamartín como una isla en su propia sangre. Sobre ella, se balanceaba el cuerpo ahorcado de su marido. Con su única mano, ya que era manco, había golpeado a su mujer con un objeto contundente hasta destrozarla el cráneo. Siete hijos, un matrimonio normal, alguna disputa de vez en cuando, extrañeza en el vecindario. Lugares comunes de la crónica negra. Corría el mes de febrero del año 2000.

Adriana Aparicio Peña, de 40 años, vecina de Algeciras, no sabía cómo acelerar los trámites de separación de su marido. Quería empezar una nueva vida con otro hombre, Joaquín. No se escondían. Sus ingresos eran escasos por limpiar pisos, pero podría sostenerse si lo juntaba con el sueldo de su nuevo compañero, que trabajaba en Acerinox. Pero el marido iba a impedirlo. Joaquín recibió en su centro de trabajo una ráfaga de perdigonadas de las que pudo recuperarse. Adriana, no. Fue estrangulada en uno de los pisos en los que trabajaba. Saciados los celos con venganza, el autor se entregó a la Guardia Civil.

Amanda del Carmen Cabeza tuvo su primer hijo siendo una niña, cuando sólo tenía 15, y murió en Algeciras a manos de su marido, estrangulada con el cable de una plancha, cuando ya no tenía posibilidades de ser joven, con sólo 22 años y tres críos. Había encontrado otro hombre y se lo contó a su marido. Buscaba una segunda oportunidad, le relató. Su suegra estaba delante y todos parecieron entender que era hora de iniciar los trámites de separación. Pero, tras pensárselo mejor, él, de 27 años, de profesión vigilante nocturno, regresó a la casa, esta vez solo, y acabó con la vida de Amanda. Luego, antes de entregarse, acudió a una vecina y le pidió que se hiciera cargo de sus tres hijos pequeños: "Acabo de matar a mi mujer".

María José Rodríguez Gago, de 45 años, murió en Algeciras en el negro noviembre de 2003 por los balazos del arma reglamentaria de su marido, un policía nacional. A continuación, él puso la boca de su pistola sobre la sien y disparó. Murió en el acto. Todo ello sucedió en plena calle, a la vista de los viandantes que paseaban cerca de la Cuesta del Rayo a las once y media de la mañana, cuando María José se dirigía a su trabajo como cocinera de un mesón. Vieron que la pareja se gritaba, que se insultaba, que él sacaba la pistola, disparaba tres veces sobre su mujer y que, a continuación , se suicidaba.

María Jesús Pérez Guzmán había muerto cinco días antes que María José en Barbate. De la misma manera. Su marido, un policía local con el que estaba en trámites de divorcio, descargó su pistola contra su cuerpo en la entrada del puerto pesquero. Y huyó hacia Zahara, una huida corta. Sus compañeros le cerraron el paso con los aullidos de las sirenas. Fue entonces cuando con la misma pistola que acababa de matar a su mujer se reventó la tapa de los sesos. El proyectil atravesó su barbilla, abrió su cráneo y se escapó por el techo del vehículo. El cuerpo de María Jesús yacía aún junto a un decorado de barcos de pesca.

María Victoria Martínez, de 49 años, cayó muerta en febrero de 2008 en un asador de pollos, en pleno centro de El Puerto. Su marido la apuñaló con una navaja después de mantener una discusión a gritos en el mismo establecimiento. La pareja estaba en trámites de separación.

72 mujeres murieron a manos de sus parejas en 2004; 62 mujeres en 2005; 68 mujeres en 2006; 70 mujeres en 2007; 66 mujeres en lo que llevamos de 2008. Números y detrás de cada número un nombre de mujer.

"...Queremos flores de los que nos quemaron por brujas

Y nos encerraron por locas

Flores del que nos pega, del que se emborracha

Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes...

Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos

donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;

arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,

de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.

Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.

Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde.

el jardín del que nos expulsaron".

(Gioconda Belli)

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