El 'Wappen von Hamburg'
tribuna
El 10 de octubre de 1683 un barco-convoy fondeado en la Bahía explotó a causa de un fuego, muriendo 42 marineros y 22 militares
El 10 de octubre de 1683, el barco-convoy Wappen von Hamburg se encontraba fondeado en la bahía de Cádiz. Su capitán, el almirante Berend Jacobsen Karpfanger, pensaba salir al día siguiente con destino a Málaga. Había invitado a unos amigos de la ciudad a una cena de despedida en su camarote. Hacía las 8 de la tarde se produjo un fuego. Se hizo todo lo posible para apagarlo pero no hubo forma de sofocarlo. Ninguno de los barcos de alrededor se acercaron para ayudar por temor a una explosión. Los cañones, a causa del calor, empezaron a dispararse por sí mismos. La mayoría de los hombres saltaron al agua. El capitán mandó a su hijo y a su primo, que se pusieron a salvo. Él mismo no quiso abandonar el barco, cumpliendo así el juramento que hizo de nunca abandonar la fragata que le estaba encomendada. Era la una de la madrugada cuando el fuego alcanzó la pólvora. El navío explotó y voló por los aires. Junto con el capitán, perdieron la vida 42 marineros y 22 militares. De los marineros se salvaron 128 y de los militares, 28 hombres. El cuerpo del capitán fue encontrado al otro día enganchado en un cabo de un barco inglés. De inmediato se ocuparon de dar sepultura a los fallecidos. El sábado, después de un emotivo sermón del Pastor del buque, fue enterrado en la playa cerca de Puntales, donde se solían enterrar a los no católicos. Acompañaron a los restos mortales unas veinte chalupas con muchos distinguidos marinos y comerciantes, y como señal de luto se portaron las banderas a media asta. Participaron todos los barcos ingleses, holandeses y hamburgueses, para demostrar su pésame. Mientras los barcos saludaban con más de 300 salvas de cañón, fue cristianamente sepultado. El Rey Carlos II, cuando se enteró, con gran pesar por el trágico destino del almirante altamente estimado por él, mandó erigir un monumento sobre la tumba.
El almirante fue persona admirada y querida en España. En una de sus numerosas hazañas recuperó dos galeones que vinieron con la Flota de Indias de América y que habían sido capturados por piratas beréberes. Carlos II le invitó a palacio en Madrid para condecorarle con un medallón con su retrato.
La carta de un superviviente a su abuela
En primer lugar, os deseo amor y todo lo mejor. Mi queridísima abuela, me gustaría saber de vosotros que todos os encontráis bien. Yo por mi parte doy gracias a Dios, por haberme salvado de los apuros del fuego y del agua y mantenerme con vida, y por haber concedido a nuestros hermanos una muerte suave y bendita.
Querida abuela, le pido por el amor de Dios, que no se asuste, aunque es un triste mensaje, pero Dios nos va a alegrar de nuevo de otra manera.
Querida abuela, nos encontrábamos aquí anclados el día 10 de octubre, esperando seguir nuestro viaje para Málaga, pero Dios lo pensó de otra manera. El mismo día a las 7 horas y media, acabada de concluir la oración de noche, el Sr. Capitán con su querido hijo y su sobrino sentado en la mesa, acabando la cena, se escuchó un gran grito de ¡fuego en el barco!, ¡fuego en el barco! Todo el mundo se espantó mucho, pero corrieron al lugar. Las llamas prendieron desde ahí y al lado se encontraba la cámara de pólvora. Ningún hombre quería ir al fuego, pero yo y el yerno de Constapel, cogimos una piel de buey y corrimos hacia la cámara donde se guardan los cables y cordajes y entramos en la cámara de pólvora. Pusimos las pieles de bueyes encima de los polvorines para que no pudiera prender ningún fuego; pero cuando queríamos salir, no fuimos capaces de encontrar la salida. Por el humo y el vapor nos hubiéramos asfixiado si Dios no nos hubiera ayudado milagrosamente. Y por eso le debemos a su nombre, agradecimiento y alabanza durante todo el tiempo que Él nos mantiene vivos. Como pudimos salir, y ya no nos preocupaba la pólvora, corrimos rápido con agua hacia el fuego y lo vertimos durante tres horas hasta que vimos que no teníamos oportunidad de apagarlo. Cada vez se extendía más. Toda la gente se distanciaba excepto Carsten, el grande, que me pasaba todavía 15 cubos llenos de agua y se fue. Me quedé solo hasta haber vertido toda el agua y me alejé también.
Cuando llegué al mástil mayor, el fuego ya estaba en todas partes. Corrí hacia arriba. Los barcos y chalupas ya no estaban. Corrí hacia el camarote, allí vi el capitán. Seguí corriendo y salté a un lado, mientras las llamas golpeaban sobre mi cabeza. Soplaba un fuerte levante. Me encomendé a la protección del Altísimo, y puse mi vida en sus manos. Me eché por la borda. Dios me mantuvo nadando durante una hora hasta que llegué a un barco francés. De pronto nuestro barco saltó por el aire, y quedaron en el agua y el fuego 65 almas, que Dios les acoja y les otorgue en el último día una resurrección alegre de sus cuerpos, y a todos nosotros también; uno de ellos es el capitán, que Dios regocije su alma, y el comandante de la soldadesca y el escribiente y el Schimmann y Jochim del camarote y Jacob, que son ellos los que conozco.
El Sr. Capitán fue encontrado el otro día por la mañana y tres días después fue enterrado honestamente. Yo y los dos Carstens, estamos en la casa de Dreyer, comemos, bebemos y dormimos en ella. Yo y los dos Stüerlieden y Carsten Bockholt, queremos, Dios mediante, viajar el día 20 con un inglés y otros 32 tripulantes ir a Londres y desde Londres vía Landt a Hamburgo; aquí obtendremos un pasaporte para ir a casa, y una carta para que todo el mundo nos trate bien.
Que Dios quiera conducirnos para que podamos encontrar a nuestros seres queridos. Te ruego otra vez, querida abuela, no estés triste. Espero pronto estar de nuevo con vosotros.
Os deseo un buen día, y reciban todos mis saludos, y sean todos encomendados a la protección y gracia de Jesucristo.
Vuestro fiel hijo
Rudolf Mencke
Cádiz, Anno 1683 el 22 Octobris
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