Detrás de un gran hombre
Historia de la fiesta
María Rodríguez Sarabia nos dejaba ayer jueves a los 100 años de edad. Era la viuda del afamado director de chirigotas José Quintana.
A los cien años una persona debería tener el poder de decidir cuando morirse. El caso no será el que nos trae a escribir esto. Pero da la impresión que así ha sido. A las puertas de febrero de 2017. A pocos días de la celebración de un nuevo Carnaval. Pero no uno más, sino el que conmemora el triste 80 aniversario de la prohibición de nuestra fiesta por el bando sublevado que sumió a España en una cruenta guerra y, a esta ciudad, en una feroz represión. Una fecha que marcó el devenir de una familia y que tuvo, en María, un testigo de excepción.
No sabemos cuando se conocieron con exactitud María y José. Posiblemente en torno al barrio de La Viña. Quien sabe si en los alrededores del Balneario de La Palma donde el niño José jugaba en sus bajos a la espera de que a alguna muchacha de la burguesía gaditana se le cayera algún objeto de valor para rescatarlo de la orilla, subirlo y ser recompensado.
Lo que sabemos con total seguridad es que se dieron el sí quiero en plena Guerra Civil, en 1938, aprovechando, seguramente, algunos días de permiso que José se había ganado en el frente donde desafiaba la prohibición montando sus propias chirigotas: “me había dado a conocer en el regimiento ante el Comandante Almansa o el Teniente Cruz, al realizar allí mismo, en días festivos, improvisadas chirigotas. Esto me sirvió a mí pa’está enchufaete”. A una de esas idas y venidas corresponde la instantánea de Dubois donde aparece la pareja de enamorados.
Unos años antes, cuando todavía en España se respiraba libertad, Quintana había sido componente de las agrupaciones ‘Los pajaros de cuenta’, ‘Los bomberos’ o ‘Los pocholos’, e incluso director de ‘Pompof, Tedy y sus hijos’ y ‘Los bañeros’. Eran los años de los carnavales republicanos donde compaginaba su trabajo de albañil, su afición a la fiesta y su militancia en CNT. Una cosa u otra, o la suma de ambas, incluso lo llevaron a la cárcel tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Su detención incluso fue aireada en Diario de Cádiz. El arresto sucedió en el domicilio familiar: el nº18 de la calle Jesús, María y José, donde el comparsista vivía con sus padres, Antonio y Rosario, así como con sus hermanos.
A día de hoy se nos escapa el hecho de cómo Quintana salvó la vida y dio con su cuerpo en las trincheras. María recibía, en no pocas ocasiones, escritos de puño y letra de José donde le explicaba los malos tiempos que le había tocado vivir: “A veces pasamos tanta sed que cogemos una zapatilla y recogemos el agua de donde sea y así bebemos”. Incluso le hacía peticiones como la siguiente: “Dormimos en cualquier sitio, tiraos con una manta, en medio del campo. El gorro militar que llevamos tenía un borlón, ¿me lo puedes coser de nuevo, María? ¡porque se lo comen las ratas!. Mientras estamos durmiendo las sentimos como saltan por arriba”.
Nos deja la viuda de quien después de estas, y otras muchas vicisitudes, defendió y apostó por la recuperación de nuestro Carnaval aunque fuera con el nombre de Fiestas Típicas. Del director de ‘Los viejos del 55’ y de las censuradas ‘Viuda de los viejos del 55’ que inspiraran décadas después a una tremenda chirigota que se alzó con el primer premio. Del que se enorgullecía de haber dirigido hasta en tres ocasiones al mítico grupo de Paco Alba. Sus andanzas carnavalescas, mientras María quedaba a la sombra, llegan hasta mediados de los años ochenta, alcanzando por última vez la Final en 1983 con ‘Los de la tercera edad de verdad’.
Como todo fallecimiento, deja a la familia sumida en la tristeza... pero también en la alegría de saber que, de alguna manera, jugó un papel crucial en el acontecer de la fiesta. Y, desde luego, a nosotros historiadores, con cara de lila al ver marchar otro trozo de nuestra historia.
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