Almudena Grandes deja abierta la historia de una enigmática mujer

La escritora madrileña inicia el texto de la cuarta edición del concurso de relatos cortos del Café de Levante

Las bases del certamen obligan por primera vez a utilizar seudónimo

Tere Torres, Almudena Grandes y Javier Osuna, ayer en la puerta del Café de Levante.
Tere Torres, Almudena Grandes y Javier Osuna, ayer en la puerta del Café de Levante. / Joaquín Hernández Conde
J. A. L.

27 de agosto 2017 - 02:02

Cádiz/La nueva edición del concurso de relatos cortos Historias del Café, que impulsa el Café de Levante de la gaditana calle Rosario, llega con novedades. Por primera vez, el texto que da inicio a la historia que deben completar los participantes está escrito por una mujer, la escritora madrileña Almudena Grandes que recoge así el testigo de quienes le precedieron en las tres ediciones anteriores: Felipe Benítez Reyes, Juan José Téllez y Luis García Montero. La otra novedad se encuentra en las bases del certamen, que por primera vez recogen la obligación de presentar las obras bajo seudónimo. El concurso fue presentado ayer en las puertas del café gaditano, en la calle Rosario, entre la lógica expectación por la presencia de la espléndida escritora: "Es Almudena Grandes", decía en voz alta una vecina que asistía a la rueda de prensa desde el cierro de su propia casa.

La autora de Los aires difíciles ha elegido para la ocasión a una mujer, Mel, una enigmática chica, camarera del café, de quien poco se sabe en el arranque de un relato cuya historia, en la que también parece cruzarse un policía, se construirá a partir de la imaginación narrativa de los participantes.

El plazo de presentación de los relatos finalizará el 31 de enero del próximo año

Dijo Almudena Grandes que para ella era "una alegría y un honor" iniciar el relato, agradeció que la titular del café e impulsora del certamen, Tere Torres, la hubiera llamado para proponérselo y calificó de "superinteresante" la iniciativa: "Yo lanzo unos personajes, lanzo un escenario y ahora a ver qué sale. Decidí que el cuento tenía que estar situado en un bar".

La escritora leyó su texto -que reproducimos íntegro en esta misma página- y animó a la participación: "Siempre he dicho que escribir un libro, en este caso un cuento, es como fundar una isla desierta y esperar un naufragio. Esto lo que espera ya es que lleguen los náufragos y construyan sus cabañitas y sus huertos, y lo colonicen".

Antes, Tere Torres presentó a la autora como "una de las más grandes escritoras que tiene España" y confesó que le dio "vergüenza" pedir su colaboración pese a ser "amiga, clienta del café y enamorada de Cádiz". Se lo pidió por wasap y la escritora le respondió de manera inmediata que sí: "Y ha hecho un relato que es maravilloso, a mí me emocionó. Además, hace guiños a clientes del café".

Este joven pero consolidado certamen literario buscará en su nueva edición superar el récord de participación logrado el año pasado, cuando se presentaron 147 textos duplicando así el número de historias de los dos años anteriores. Así lo recordó el presidente del jurado, Javier Osuna, que anunció el cambio en las bases para que todos los relatos se presenten obligatoriamente bajo seudónimo y desveló también los nombres de las personas que integrarán este año el jurado, compuesto por la profesora Elsa Vinardell y los periodistas Pepe Landi, de La Voz de Cádiz; Pedro Espinosa, de Radio Cádiz Cadena Ser, y Charo Ramos, gaditana del Diario de Sevilla.

A primera vista, nadie habría dicho que era una mujer guapa.

Tampoco era muy alta pero lo parecía, porque sus piernas eran ligeramente más largas de lo que correspondía al tamaño de su tronco, tanto como sus brazos e igual de hermosas. Cuando llevaba menos de una semana trabajando en el bar, alguien la definió como una falsa delgada y aquella ocurrencia triunfó, porque explicaba los misteriosos contrastes de su cuerpo, la cintura breve y flexible de una adolescente, los pechos redondos, pesados y juveniles, las caderas anchas de una mujer madura sin un gramo de grasa de sobra. Eso, lo que podían ver, era todo lo que sabían de ella.

Se cruzaban apuestas sobre su edad, que los más optimistas situaban por debajo de los treinta y los más escépticos llevaban más allá de los cuarenta. También sobre su nombre, aunque ese abanico era más estrecho. La llamaban Mel, tal vez de Amelia, quizás de Melisa, aunque nadie podía descartar que hubiera escogido un diminutivo al azar con la única intención de despistar.

Nadie se interesó por ella hasta el tercer día en el que se encargó de atender las mesas. Hasta entonces ningún parroquiano le había prestado mucha atención. El pelo teñido de rubio, los ojos marrones, la nariz larga, la barbilla apuntada, una chica como tantas, se dijeron. Pero al día siguiente repararon en la gracia con la que se movía, una armonía íntima, secreta, que imprimía a sus movimientos un ritmo peculiar, como si bailara al ritmo de una música que sólo ella escuchaba. Y sin embargo no era simpática. Aunque trataba bien a los clientes, ahorraba palabras y sonreía lo justo, ni mucho ni poco, nunca del todo. Cuando sus labios se curvaban, detrás de unos dientes blancos, intachables, asomaba una sombra, la huella de un dolor pequeño y constante. Así intuyeron que aquella mujer había vivido de más, que cargaba con más peso del que parecían soportar sus hombros. Y Mel se convirtió en el asunto más importante de todos los días, pero si su jefa conocía su pasado, nunca lo traicionó.

-Es honrada, trabajadora… -María fijaba la vista en la bayeta con la que limpiaba el mostrador y siempre respondía igual a todas las preguntas-. Muy buena chica.

El único cliente que averiguó algo más nunca había hecho preguntas sobre Mel. Tampoco se pasaba la vida atornillado a la barra, aunque desayunaba en el bar todos los días, siempre con su compañero. Aquella mañana no había sido una excepción, pero media hora antes de que terminara su turno, Sánchez, que estaba delicado del estómago, vomitó en el pasillo de la comisaría, y cuando llegó el aviso ya se había marchado a casa.

Aquella familia numerosa, hacinada en un piso de sesenta metros en una barriada del extrarradio, llamaba a la policía varias veces a la semana, por los motivos más variados y el mismo imperturbable resultado. Cuando el coche patrulla acudía, los padres ya se habían reconciliado, los niños habían aparecido, los hermanos habían dejado de pegarse o el gato había vuelto a la cocina sano y salvo. El agente Román estuvo a punto de no ir, pero en el último momento decidió que le pillaba de camino, que no tenía hijos que cuidar ni una mujer que se enfadara si llegaba tarde a casa, y que no perdía nada por echar un vistazo.

La visita fue tan breve como de costumbre, pero tuvo una consecuencia inesperada. Porque cuando estaba bajando el último peldaño de la escalera, una mujer abrió el portal con su llave.

Era Mel, pero no lo parecía. Al agente Román le costó trabajo reconocerla en aquella joven de expresión animosa, dulce y triste al mismo tiempo.

Almudena Grandes

La vida de Mel

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