"Las redes sociales te dan una perspectiva deformada de tu vida"
maría alcantarilla. escritora
Isla de Siltolá publica su primera novela, 'Un acto solitario', en la que cuestiona inercias de la sociedad actual
El título coincide en librerías con su poemario 'La edad de la ignorancia'
Cádiz/La idea que mueve el Taller de iniciación a la escritura biográfica, que María Alcantarilla coordina desde hace años, no está lejos de lo que plasma en su primera novela, Un acto solitario (Isla de Siltolá):título que coincide en las librerías junto a su último poemario, La edad de la ignorancia. Ambas obras comparten ciertos vasos comunicantes, como la infancia como referente, la necesidad de crecer, la riqueza del cambio. Un acto solitario mantiene incluso en su estructura cierto ritmo de poesía, "aunque de todo eso me he dado cuenta, como siempre pasa, a posteriori", dice la autora.
Si algo se aprende en los talleres que la escritora imparte en la UCA, es que lo que puede parecer intrascendente, no lo es tanto. Y lo que puede parecer único, tampoco lo es: "Estudié tres años de Psicología. Terminé abandonándolo, pero me di cuenta de que lo que me interesaba era la vida, las vidas. Por eso mismo, al llegar aquí, pensé que era importante que quedara constancia, de alguna forma, de lo que ocurría más allá de la historia oficial, que quedara un registro, algún tipo de edición, de lo pensaba, hacía y sentía la gente mientras sucedían las grandes letras y los titulares". Así, los alumnos terminan encontrando "un sitio común": "Al fin y al cabo, todos podemos contar que hemos tenido una vida maravillosa o desastrosa -desarrolla-. Es una oportunidad para ver que lo que te sucede no es un drama absoluto porque nada lo es, ni la propia muerte. Y te puede servir para entender y crear". Dos acciones que suelen ir de la mano: "Al contrario de lo que hoy pasa socialmente, que se subraya el yo tótem, intentamos desarrollar un yo empático: ver que todos los demás egos se parecen también al tuyo, que no somos tan distintos".
Un acto solitarioes inventar historias; lo es, también, buscar relaciones, causalidades, entre todo lo que nos rodea; es descubrir cuál es nuestro lugar en la vida, cuál es el papel que nos han asignado y la trama en la que estaríamos cómodos. La novela recrea el tiempo en el que A., la protagonista, vive en un periodo de limbo existencial, una propuesta en la que Alcantarilla da espacios al lector para reflexionar: "Esa es la famosa interacción entre autor y lector, no hay que darlo todo mascado", apunta. En esos espacios, hay hueco para el cuestionamiento y la denuncia no explícitos, desde la precariedad laboral hasta las brechas de género. Resulta curioso que conceptos como el descubrirse a sí mismo, el encontrar el lugar en el mundo, sean cuestiones fundamentales -viene a decirnos Alcantarilla- que han quedado sin embargo relegadas al rincón de lo manido, al cliché fácil: "Existe un rollo muy potente en torno a una serie de terapias arcaizantes, esas primeras filosofías que cuestionaban al yo y al nosotros y que se han pervertido, y van en consonancia con el ritmo vital. Quiero solucionar mi vida, y quiero solucionarla ya, ahora mismo".
"El propio concepto de felicidad -continúa- está malentendido. Estar feliz podría ser vivir en un estado de tranquilidad, de satisfacción con uno mismo. La felicidad podrían ser esos momentos en los que nos regalamos con cierto descanso mental... Por su propia naturaleza, además, no puede ser una constante. El objetivo de ser feliz o aparentar ser feliz constantemente es irrisorio e idiota. Las reglas actuales parecen, además, asociarlo con el consumo o con las relaciones, no con el equilibrio personal, de forma que pasas el tiempo autoengañándote".
Y está, por supuesto, la tiranía del escaparate: "Hay cosas que no entiendo de las redes sociales. Instagram, por ejemplo, me pilla bastante lejos -reflexiona-. Quizá porque todo eso, todo ese mostrar constante e inmediato, sea justo lo contrario de lo que se hace como escritor: un escritor a largo plazo no puede ser inmediatista. La pantalla no te ofrece una construcción de futuro, un sentido; más allá del de mostrar, del juego de egos, y del dinero que la gente pueda llegar a hacer con eso. Las redes sociales no te dan perspectiva de tu vida, o te dan una perspectiva deformada. No te dan la opción de observarla de verdad. Esa idea de que nunca hay que volver atrás... ¿por qué? Lo mismo es lo que tienes que hacer para entender tu vida".
Un acto solitariotrata también temas como la obsolescencia programada; ese Comité de las 1000 horas que estimaba lo que podía durar una bombilla: "Aquello que no se desgasta no es bueno para los negocios". Da la sensación de que el Comité de las 1000 horas ha terminado metiendo sus manos en todo: "Lo mismo es que somos cada vez más obsolescentes todos. Socialmente, ya nos intentan convencer de que todos tenemos fecha de caducidad, de que si no juegas a lo que te dicen o tienes un aspecto determinado, eres una outsider. No viene a ser más que una manera de control".
O cuestiones como la inmensa radiografía social en la que se ha convertido el tema de la fertilidad: "¿Qué ocurre aquí? ¿Qué nos han dicho que tenemos que hacer? Ese sistema perverso en el que la salida parece ser, como siempre, endeudarte. Endeudarte por algo, todo el proceso de congelación de óvulos, fecundación in vitro... que supone un desgaste importantísimo y que suele salir, en un altísimo porcentaje, mal. Y la frustración -continúa- recae siempre, como suele, en la propia mujer. La cuestión de los niños es uno de los temas en los que he notado más machismo, procedente de las propias mujeres: el famoso se te va a pasar el arroz. No entiendo cómo ha prendido tanto esa asunción de que una mujer sólo puede realizarse a través de la maternidad. Es un retroceso absoluto a la época de nuestras abuelas. El logro, se supone, estaba en poder elegir cómo vivir tu vida sin que nadie te cuestionara".
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